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Implicaciones penitenciarias y violencia cotidiana  hacia  el autor del delito de homicidio hacia la pareja 

La situación de la persona determina la perspectiva desde la cual mira el encierro, si pertenece al grupo que comanda, si tiene buenas relaciones con la dirección, si tiene dinero, etc. Ello no es distinto en quienes hacen el trabajo técnico, entre los guardias, e incluso entre los directores. En la medida en la que son afectados por la situacionalidad del espacio carcelario, su perspectiva de la institución varía.

Luis González Placencia

 Mtra. Elizabeth Castañón García

INTRODUCCIÓN

       La respuesta ante el delito depende mucho de las concepciones que se tengan de éste, del género de quien lo comete y de las personas que lo valoran. El delito de homicidio si bien es una conducta que se valora por el daño para el afectado, que es la vida, los significados son diferentes, ya que no es lo mismo que sea derivado de una situación de defensa, o una con dolo donde se planea la ejecución. Pero también tiene que ver la edad de la víctima y el parentesco que tenga con el agresor. Cuando la pareja es la víctima, la connotación depende mucho de los antecedentes o de la historia de la pareja. Por esta razón, se estudia la respuesta que se tiene en el ámbito penitenciario en relación al actor de dicha conducta.

       En este trabajo se presentarán parte de los resultados de la investigación “Estudio de mujeres y hombres sentenciados por el delito de homicidio a la pareja recluidos en un C.P.R.S del Estado de México[2]”, en el cual se realizaron 19 entrevistas a hombres privados de su libertad y a 2 mujeres, todos sentenciados por el delito de homicidio donde la víctima fue la pareja sentimental. Es un trabajo no concluido, que permite en este artículo el análisis respecto al rubro de violencia cotidiana, donde se muestra la respuesta de la familia, los amigos, de las autoridades que juzgan y el personal respecto a los autores de dicha conducta.

        En ese orden de ideas, se muestra la respuesta respecto a la familia. Es importante referenciar la trascendencia respecto a la percepción que se tiene respecto a la conducta cometida. El apoyo es mucho mayor en el hombre que en las mujeres, ya que si bien hay abandono en un porcentaje alto de hombres, éste es mucho mayor en mujeres; el apoyo de la familia y los amigos ante la situación jurídica y de internamiento tanto en el ámbito moral y económico dependerá del significado de la conducta, pudiendo resultar de rechazo o de aceptación.

      Por otra parte, en relación a las autoridades administrativas de la justicia, se ha considerado que en una conducta tipificada como homicidio, los simbolismos que se dan cuando es dirigida a la esposa o pareja toma un significado diferente; pero si a ésta se le suman indicadores de una violencia destacada connotada hacia el género, el simbolismo es diferente y por tanto, en el ámbito penal, se cree que las condiciones subjetivas influyen en la investigación y en el dictado de la sentencia, ya que esta no será lo mismo, si es valorada por un Ministerio Público o un Juez hombre o mujer.

      Finalmente, respecto a la respuesta del personal y de la misma persona privada de la libertad es su nueva situación, su participación en el tratamiento de reinserción social. Por éste se entiende el fin de la pena de privación de la libertad, donde la misma sentencia permita observarla como una meta lejana de alcanzar que lo aleje de la búsqueda de cumplir con los requerimientos terapéuticos y, por otra, derivada del olvido del personal.

ANTECEDENTE

     La violencia en pareja no es una temática nueva ni reciente. Desde el nacimiento de la propiedad privada y la institución de la familia se marcaron las diferencias: se creó para la mujer un prototipo desde la monogamia, que llevaba implícito para ella la delicadeza, la dulzura y la belleza. Ello se lograba a través de un papel de ser abnegado y obediente a los padres; posteriormente se extendería en la relación de pareja que además le generaba un plusvalor. Para llegar a tal condición era necesaria la formación y educación de la mujer para tal rol, por lo que era forzoso emplear medios para educarla. Entre ellos podrían ser los golpes como correctivos y una ideología que le permitía conceptualizarse respecto a la posición del hombre. Marcela Lagarde menciona al respecto: “El hombre es omnipotente en relación con la mujer, la cual se deposita en él como objeto, lo espera todo de él, pone su vida en sus manos en la más absoluta dependencia” (2014, p. 324).

   Este papel se transmite de generación en generación, de madre a hija; se exigía un comportamiento a la mujer diferente al varón a quien se dejó el rol de pensador, autónomo, libre, fuerte, proporcionándole el poder para planear y diseñar la vida de sí y de los que dependían de él. “Los hombres se consideran importantes por el solo hecho de ser tales y dicha importancia es aprendida desde la infancia a partir de un largo proceso de socialización en el que la figura del padre o sustituto en el hogar se erige como dominante” (Sotomayor y Román, 2007, p. 26). El rol del hombre y la mujer se forma desde el momento en que los padres saben el sexo del hijo. El comportamiento dirigido hacia los primeros elementos de socialización, se manifiesta de manera diferente hacia la niña, quien será tratada con dulzura; y al hombre, con rudeza, propio de aquel ser proveedor y fuerte que será quien proteja a la mujer débil y sumisa que requiere de él para vivir.

     Es decir, desde la formación de la sociedad, aun hasta tiempos muy recientes, la educación de la mujer y el hombre estaban dominadas por criterios tendentes al poder otorgado al hombre. Éste ha tenido de manera implícita el dominio sobre “su” mujer y “su” hijo, proporcionándole una libertad de actuación sobre ellos a fin de lograr el objetivo de la familia y la pareja la educación y corrección.

       La condición y educación del hombre y mujer son diferentes en el hogar, tanto del padre como la madre. La formación es más fuerte y con mayor libertad al hombre, con mayor permisividad al error y a la equivocación. Esto no es igual para la mujer, ya que ella no tiene la misma flexibilidad de ensayo-error, o de libertad, derivado que ha quedado a subordinación del padre y de la madre quienes fomentan y la forman, educándola para ser abnegada, obediente, reprimida, condicionada y manipulada desde pequeña. 

       María Stoopen (1978) refiere que el momento en que los niños empiezan a leer es a través de “los cuentos infantiles que se trasmite en el estado natural de la condición femenina y masculina…, estos cuentos sostienen la estructura social masculina dominante. La mujer tiene valor en cuanto a su belleza y nobleza que enciende pasión, pero son tontas e improductivas” (Coria, 2010, p. 94).         

 

Desde el nacimiento se transmite un rol al hombre y a la mujer, que ha permitido durante muchos años un ciclo tradicional de violencia donde el común denominador es la mujer sumisa y tierna se convierte en el blanco de una serie de agresiones por parte del hombre.

De todo lo anterior, “la condición de género sugiere una problematización y deconstrucción del orden simbólico, construido bajo estructuras falocéntricas, que oprimen y marginan a la mujer” (Coria, 2010, p.19).

    Al irse transmitiendo en familia el rol a los niños de acuerdo al sexo, se irá formando el comportamiento que se va fortaleciendo en las relaciones interpersonales en grupos de amigos y escolares; después serán a través de la elección de pareja en el noviazgo y la relación de vida en pareja. De esta manera, si el rol está marcado por una cultura y se suma a los estilos parentales para la enseñanza de los roles, encontraremos hombre-mujeres con antecedentes de violencia que se manifestarán nuevamente ahora en las relaciones afectivas de pareja que formen. Con ello, la violencia de pareja se convierte en una problemática común ante los ojos de la sociedad y de quienes la viven, considerándose una forma de continuidad del papel de la mujer en la relación afectiva.

      De acuerdo a encuestas poblacionales a nivel mundial, hallando que entre el 10% y el 50% de las mujeres reconocen haber padecido abuso físico por parte de su pareja alguna vez en su vida. Este maltrato, de acuerdo a la dinámica victimal propia de este fenómeno, se asocia a agresiones reiteradas en el tiempo, así como a manifestaciones polimórficas, incluyendo maltrato físico, abuso psicológico, violencia sexual y violencia económica. Esta violencia hacia la mujer en el contexto de pareja no solo acarrea severas consecuencias a nivel personal y relacional, sino que puede llegar a costar la vida de la víctima, fenómeno denominado como “femicidio” (Contreras, 2014, p. 682).

      El trato vivido por la víctima se conceptualiza como una forma de relación, de intimidad y de solución a los desacuerdos generados en la relación. Por ello, se toleran inicialmente agresiones que pueden presentarse en un primer momento como humillaciones, limitaciones o celos que se interpretan como amor. Al expresarse las primeras connotaciones de violencia física, la mujer se vuelve tolerante a ello justificando la conducta como producto de una provocación de ella hacia su pareja. De esta manera, la violencia se naturaliza en la relación intensificándose, en muchos casos, hasta llegar a situaciones extremas. “El maltrato -y en el peor de los casos asesinato- que algunos varones cometen contra mujeres con las que mantienen o han mantenido una relación afectiva se ha convertido en las últimas décadas en un grave problema que preocupa a nuestra sociedad” (García y Casado, 2012, p. 371).

   El maltrato y la violencia se han convertido en una de las problemáticas sociales más preocupantes. Tanto hombres y mujeres se han convertido en el blanco de la agresión por parte de la pareja.

     Estadísticas de diferentes países indican que el homicidio de la mujer en el contexto de pareja constituye un grave problema mundial, revelando que “entre el 40% y 70% de los asesinatos de mujeres las víctimas fueron muertas por su esposo o novio, a menudo en el contexto de una relación de maltrato constante (Contreras, 2014, p. 682).

    De acuerdo a estos estudios, un porcentaje alto de mujeres que han muerto fue a manos de la pareja o un excompañero sentimental. “De acuerdo a ONU MUJERES[3] se estima que de las 87,000 mujeres que fueron asesinadas globalmente en el 2017, más de la mitad (50,000-58 por ciento) fueron matadas por sus parejas o miembros familiares” (2018, párr. 3).

   

Sin embargo, aun cuando de manera tradicional se ha visualizado por el contexto sociocultural patriarcal a una mujer sumisa y vulnerable a ser víctima del hombre en todas sus esferas -como hija, amiga, empleada y sobre todo por la pareja-, a quien se le ha atribuido el papel de su dueño, en las últimas décadas la relación respecto a género se ha modificado. Se ha permitido una relación entre parejas diferente más allá de un ámbito tradicional en el que se creía a la mujer víctima del esposo; en algunos casos es la mujer quién maltrata al varón. Trujano, Martínez, y Camacho lo refieren como “Un hecho novedoso en el fenómeno de la violencia doméstica es el incremento de denuncias de varones en contra de sus mujeres” (2010, p. 339).

     Es decir, al hablar de violencia de género debe en este momento romperse con el mito de la mujer víctima. Las condiciones sociales y culturales, si bien siguen en una posición patriarcal, las ideologías feministas han llevado a una modificación en la condición de ésta en la sociedad. Con ello se permite el posicionamiento en escenarios que ocupaban los varones, empoderando a la mujer. Sin embargo, esta misma condición ha llevado a otras a una lucha contra el varón, lo cual ha originado una modificación en las manifestaciones y actores de la violencia en el hogar. Este escenario da paso a la violencia de pareja hacia los varones, convirtiéndolos en víctima y a la mujer en agresora.

    Algunos estudios revelaron que de cada siete hombres denunciados en el 2003 como agresores, tres eran en realidad las víctimas. En el mismo 2003, el Consejo General del Poder Judicial en México informó de siete varones asesinados por sus esposas. En el 2004, el Instituto Nacional de las Mujeres confirmó que 73 varones fueron atendidos por malos tratos sólo en el D.F. y en el 2005, en Veracruz se presentaron 56 denuncias de varones por malos tratos físicos y psicológicos […] lo que puede llegar al asesinato. Es decir, ellos también sufren violencia física, psicológica, sexual, económica, social y objetal: algunas esposas maltratadoras se burlan en privado o en público del marido, lo intimidan y humillan (Trujano, Martínez, y Camacho, 2010, p. 339, 341).

     Con todo ello, las investigaciones de violencia de género deben dirigirse a ambos grupos. No se deben quedar en los estereotipos tradicionales que incriminaban al hombre y defendían a la mujer; hay que acercarse a los simbolismos de género transmitidos en la sociedad que han llevado a la expresión de violencias en estas esferas -en la cual se visualiza al hombre o a la mujer como amenaza-, y con ello se expresen situaciones de discriminación o agresión física hacia ellos.

 

METODOLOGÍA

       El presente trabajo muestra los resultados relacionados de la investigación “Estudio de mujeres y hombres sentenciados por el delito de homicidio a la pareja recluidos en un C.P.R.S del Estado de México”. Es vista desde tres posturas: la Violencia simbólica, de género y la cotidiana. Para este artículo sólo es analizada desde la cotidianeidad. Con base en la metodología, se empleó el método cualitativo, con un estudio de tipo descriptivo analítico y un diseño de investigación de tipo fenomenológico.

           Los Participantes son 19 hombres y 2 mujeres privados de su libertad sentenciados, quienes se encuentran en centros de reclusión del Estado de México por el delito de homicidio a su pareja. Se les aplicó una entrevista de tipo semiestructurada. Se parte del supuesto de que las mujeres y hombres internos en un C.P.R.S. del Estado de México cometieron conducta de homicidio a su pareja derivado de una violencia simbólica -implícita en su formación social, cultural a través de las creencias, hábitos y tradiciones […]- en la que se encuentran los factores que influyen en el momento de la comisión de la conducta producto del rol. Que además esta violencia simbólica transmitida en los sujetos intervinientes en esta conducta, se maneja de la misma manera en la sociedad en general y en los profesionales inmersos en este ámbito. De ahí el siguiente supuesto:       

 

Se manifiesta una violencia cotidiana en el trato jurídico y la sentencia dictada, como en el trato de la familia, de amigos, hijos, del personal y de la misma aplicación del tratamiento derivado del delito y del género del interno.

     A partir de ello, se estudian categorías donde se encuentra la familia: en esta se considera la respuesta de la familia, el apoyo moral, económico y el conocimiento acerca de la situación que guardan los hijos. Una segunda categoría es en relación a las amistades, las relaciones del exterior, la convivencia con compañeros de celda y los amigos durante internamiento. La última categoría está relacionada con el ámbito jurídico: respecto al delito, la sentencia, el juez (hombre o mujer), el tratamiento y las sanciones disciplinarias.

RESULTADOS

     A continuación, se presentan los resultados obtenidos de 19 entrevistas realizadas a hombres que se encuentran en internamiento por el delito de homicidio a su pareja y a 2 entrevistas realizadas en mujeres que se encuentra privadas de la libertad por homicidio a su pareja. La información se ordena de acuerdo a las categorías consideradas en la investigación y que implican la respuesta a las categorías de familia, las amistades, el trato jurídico y el tratamiento, a partir de lo referido por los participantes.

     En la categoría Familia se encuentran los siguientes indicadores: Respecto a visita de la familia y de acuerdo a lo expresado por los participantes, de hombres 15 reciben visita de padres, algunos de hermanos, y sólo en quienes han formado nueva relación (2) reciben apoyo de hijos y concubina, 4 de ellos no los visitan. La asistencia de los familiares es esporádica, se alejan por vergüenza y creer que la conducta realizada no era acorde a una solución de conflictos. En el caso de las mujeres ambas reciben apoyo de padres, hermanos y familia en general. Se mostró comprensión hacia la conducta realizada. La visita es constante.

     El apoyo moral y económico en los hombres (solo dos casos) lo reciben básicamente de los padres, en pocos casos de los hermanos y solo en dos situaciones de los hijos. En las mujeres el apoyo moral lo reciben de toda la familia, en lo económico es poco y en esos casos es de los padres.

     Al hablar de los cuidados de los hijos 17 de los varones entrevistados tenían hijos con la víctima, a partir de los hechos sólo dos tienen conocimiento de quien tiene la tutela de los hijos y cuál es la condición de ésta; en 15 casos no saben dónde están los hijos. En la mayoría de los casos tienen vergüenza y culpa con los hijos, por haberlos dejado sin la figura de la madre, por lo cual no está contemplado en su proyecto de vida buscarlos al término de la sentencia. Respecto a la situación de los hijos en mujeres, sólo una de ellas tenía hijos con la víctima, sabe que los hijos están bajo los cuidados de la familia de la víctima, no los ve, pero a partir de familiares da seguimiento a su desarrollo.

     En la categoría social se encuentran los indicadores actitud de las amistades, de los 19 hombres entrevistados a cuatro les era difícil entablar una relación de amistad, 8 no tenían amigos y 7 de ellos tenían buenos amigos los cuales apoyaron y continúan de visita en internamiento. En las mujeres una de ellas menciona muy buena relación de amistades en el exterior quienes la apoyan en la actualidad y una de ellas no tenía relaciones sólidas. Relación con compañeros en internamiento 13 de ellos han entablado relaciones de confianza en el interior y 6 de ellos no consideran que la institución en la que se encuentran sea un espacio para hacer amigos. En el caso de las mujeres, a ambas les es difícil relacionarse, sin embargo, una de ellas ha entablado dos amistades sólidas al interior.

     En la categoría institución/trato jurídico se considera el indicador delito en el cual en los hombres 6 conductas fueron encuadradas en delito de homicidio calificado, 2 en feminicidio y 11 en homicidio simple. En las mujeres las conductas cometidas fueron encuadradas como homicidios calificados.

      En relación a la sentencia, 2 hombres tienen sentencias entre 11 y 13 años, 9 entre 30 y 50 años de prisión y 8 hombres entre 51 y 70 años de internamiento. En las mujeres una de ellas su sentencia está entre 30 y 50 años y la otra mujer tiene sentencia entre 51 y 70 años. Respecto al juzgador, en los hombres 9 de ellos fueron juezas, 6 jueces y 4 no recuerdan el sexo del juzgador. En mujeres una de ellas que es quien tiene la sentencia más alta (62 años) fue juzgada por una mujer y quien tiene la sentencia de 40 fue juzgada por un hombre.

En la categoría tratamiento, se consideran los indicadores: ocupación al interior los hombres en su mayoría se dedican a la elaboración de artesanías y dos de ellos no realizan actividades dentro de la institución. En el caso de las mujeres ambas trabajan para la institución además realizan artesanías.

      Con respecto a la participación en las áreas de tratamiento 6 hombres no acuden a las áreas y consideran no es relevante por el tipo de sentencia y delito. Los 13 restantes acuden sólo cuando los llaman y refieren es esporádico, ya que, por la sentencia alta, las áreas atienden a los que están en tiempos jurídicos y a ellos para una libertad les falta mucho (mencionan que algunos del personal técnico se los han referido). Las mujeres no participan en áreas de tratamiento.

     En la percepción hacia el personal, los 21 participantes mencionan tener una buena relación con el personal técnico, los ven con respeto y cordialidad, de la misma manera, la relación del personal hacia ellos es cordial. En relación a las sanciones disciplinarias, de los 21 participantes solo uno menciona haber sido sancionado cuando tenía poco en internamiento.

DISCUSIÓN

      La conducta a estudiar es la privación de la vida de una persona que está ligada afectivamente con otra, independientemente del tipo de unión; por ello, se eligió como participantes a personas privadas de su libertad por delito de homicidio calificado, en la cual esta conducta es el resultado de una respuesta de defensa de su vida que se encontraba en riesgo en ese momento.

     Se parte, que la respuesta respecto al delito es valorada de forma diferente por el género, la interpretación que se dan a los hechos se derivarán de una serie de simbolismos sociales, culturales y religiosos que nos llevan a respuestas múltiples. Y por lo tanto la actitud de la familia no es la misma para el hombre o la mujer, las autoridades que sancionan y el trato del personal. Por lo cual es importante considerar la respuesta habitual ante el delito.

     Tradicionalmente “la criminalidad femenina tendía a ser juzgada con mayor dureza que la masculina porque suponía que las mujeres que caían en estas prácticas iban contra la naturaleza femenina y eran, por tanto, criaturas degradadas” (Fuller, 2009, p. 100). En el hombre era permitido un error, o una conducta desviada la cual podía explicarse a través de su propio temperamento fuerte y dominante que si bien no era “sano”, era considerado por su naturaleza. Sin embargo, la mujer tierna y protectora que da vida y protege a otros no podía romper ese patrón de ternura. La conducta antisocial era lo opuesto a lo esperado y con ello iba en contra de su propia condición. El rechazo y la exclusión -derivados de “la conciencia católica culpabilizadora […] por haberse equivocado” (Lagarde, 2014, p. 298)-, llevaba a que la madre reprobara a la hija por vergüenza a su propio rol como madre, porque su equivocación se reflejaba en la infracción y por ello se abandona quien delinquió y rompió las reglas.

      Esto lleva a una respuesta común en los centros penitenciarios: los hombres reciben el apoyo moral de la familia y las parejas durante los procesos jurídicos. Cuando se dicta la sentencia va a depender mucho del tiempo de ésta, en sentencias bajas el apoyo continúa y en sentencias altas la visita considera una asistencia no tan frecuente, pero el apoyo moral permanece. Sin embargo, en los centros de internamiento para mujeres la situación es diferente[4].

Anthony (1998) señala que la mujer reclusa es escasamente visitada por sus familiares y menos aún por sus parejas. Así mismo refiere que en los centros penitenciarios de varones se puede constatar que son numerosas las mujeres que visitan a sus esposos, padres, hijos y amigos presos; en cambio, en los centros para mujeres las visitas son escasas y la presencia de varones es casi inexistente (Galván, y otros, 2006, p. 70).

       ¿Cómo seguir apoyando a la mujer cuando ésta es culpable del mismo rechazo? Al no cumplir con los requerimientos de socialización  si “la conducta que las llevó a la reclusión es evidencia es una transgresión de valores sociales y morales, por lo que a los ojos de los demás no las hace merecedoras de apoyo y consideración, pero sí de rechazo y exclusión” (Galván, y otros, 2006, p. 73). La mujer en internamiento, emocionalmente encuentra su red de apoyo a partir de amistades, más que de la familia, la cual es la primera en retirarse.

Por lo que es importante ahora abordar la violencia y el homicidio; José Sanmartín (2006) menciona que la primera es una conducta intencional y negativa en la cual se trata de mostrar un poder de uno hacia el otro, por lo cual busca la destrucción, a diferencia de la agresividad que es positiva y tiene como objetivo la preservación del ser humano. “El homicidio es una expresión de la violencia” (Barrón, 2016, p. 21). La violencia en pareja generalmente parte desde una perspectiva de violencia de género y la privación de la vida es la respuesta final.

     Sin embargo, esta conducta permite la valoración simbólica de la sociedad de acuerdo al género. Es decir, respecto a la víctima si es mujer (la cual ya cuenta con una predisposición social y teórica a ésta) ya que los simbolismos llevarán a calificar de atroz la conducta y sobre todo a partir de identidades, es decir de la misma mujer; quien ante esa semejanza con la víctima se siente vulnerada a sí misma, y por ello, la respuesta será de rechazo a la conducta; pero si es la mujer la que quita la vida a quien es el verdugo, la respuesta se modificará dado que se justifica la acción “la madre es la que abandona porque es ella misma, quien se visualiza en la imagen de la hija; a partir de la conducta de la hija se percibe <<fracasada>> por no haber cubierto el rol que correspondía […] a partir del abandono se aleja de la imagen misma” (Castañón, 2016, p. 53).

       Es decir, en el delito de homicidio a la pareja, las condiciones de familia se invierten. La mujer al delinquir como un medio de defensa ante quien la lastimaba, la madre no visualiza como transgresión la conducta, sino más bien como un medio de sobrevivencia. Por tal situación, no se aleja, al contrario como mujer que se identifica con la hija muestra el mayor apoyo y, por ende, las otras figuras familiares se quedan -padre y hermanos-. Como se visualiza en los resultados de la investigación, ambas mujeres reciben apoyo moral, afectivo y en algunos casos económico durante su internamiento.

       Por el contrario, el hombre es el que recibe menos visita familiar, si bien se conserva la visita de la madre, abandonan las hermanas por sentirse ofendidas como mujeres e identificadas con la víctima –la cuñada- quien perdió la vida; ya que la cuñada representa una imagen para las hermanas de similitud por el género, la edad y la situación en la que se identifican como parejas, esposas y madres que al ver la muerte reprueban la conducta de violencia hacia ellas mismas.

El simbolismo también se adopta y se vive en lo individual, el hombre identifica el rechazo a su conducta lo cual lo muestra en su actitud hacia los hijos, el reprobarse a sí mismo como quien les quita la oportunidad en la vida de tener a una madre, siendo él, el padre, la imagen de protección y cuidado, prefieren alejarse de los hijos, y convencerse que la mejor manera de no dañar es alejarse definitivamente de las vidas. Sin embargo, la mujer aun cuando sabe fue negativa la respuesta, la infidelidad suaviza la situación social y le permite no sentirse culpable, sino más bien liberadora de la violencia, por lo cual ella busca una comunicación y seguimiento del crecimiento de los hijos.

       Por otra parte, las relaciones interpersonales son una de las alternativas importantes en el desarrollo del ser humano, por considerarse éstas una fuente rica en el conocimiento y fortalecimiento de la personalidad. En el espacio penitenciario, las amistades representan la red de apoyo importante en la persona privada de su libertad, la motivación y apoyo moral permiten un afianzamiento al sentido de vida, plantear metas y el cumplimiento de éstas.

Sin embargo, la posibilidad de relacionarse depende de una serie de elementos obtenidos en familia y que tiene que ver con la habilidad de comunicarse y de permitirse conocer, así como de ser conocido, llevando a ello a un proceso de adaptación a otros; lo cual no es sencillo, ya que depende de elementos incluidos en la familia y habilidades personales, relacionadas a la seguridad, la confianza. Pero también a toda esa carga cultural que de antemano en cada rol marca, ya que a la mujer por su naturaleza se le ha enseñado a comunicarse y expresar sentimientos con otras personas; al hombre, por el contrario, se le ha enseñado a ser reservado, sobre todo con aquello que le lastima, ya que el expresarlo sería sinónimo de debilidad.

Por ello, que los participantes mencionen una dificultad en entablar relaciones interpersonales fuertes y duradera, sólo mencionan haber creado amistades que los apoyan hasta la actualidad y en internamiento aun cuando han tratado de relacionarse, se llevan bien pero no han creado amistades sólidas más que en 3 casos. Considerando la conducta cometida, mucho tiene que ver lo transmitido al rol de hombre y por otra las habilidades de comunicación.

      Como menciona Cisneros (2007), la cárcel es un espacio de expresión micro social de relaciones. En ésta se muestran condiciones similares a la organización y dinámica de la sociedad. Es decir, la habilidad con la que se cuenta desde un núcleo familiar y se expresa en un ambiente de desarrollo, se refleja también al interior, aunado a una serie de inseguridad respecto a los delitos por los que se encuentran que incrementa la duda hacia los otros.

         Dicho de otra manera, si se cuentan con inseguridades y dudas, se limitan las posibilidades de relacionarse con otros por la desconfianza y temor a ser utilizados o traicionados. Ello lleva al alejamiento de algunas personas. Una gran parte de los participantes mencionan dificultad en las habilidades para relacionarse en el exterior, por lo que desde el ingreso no reciben el apoyo de compañeros ya que se carecía de amistades fuertes que pudieran ser en este momento una red de apoyo. Al encontrarse al interior de una prisión, buscan como mecanismo de equilibrio emocional un contacto con otros, lo cual ayuda a un sentido de protección y seguridad ante lo incierto. Por ello, buscan equilibrar sus relaciones interpersonales. Sin embargo, su inseguridad en algunos los hace creer que las amistades no existen y menos en prisión, por lo que una parte significativa de los participantes no creen en estas relaciones y aun cuando se llevan bien con los compañeros no tienen amigos, y en pocos participantes que son los mismos, contaban con apoyo desde el exterior, también han hecho buenas relaciones interpersonales y de compañerismo en internamiento, convirtiéndose en una fuente importante en su motivación y apoyo moral.

      Las motivaciones y emociones elementales de los seres humanos se desarrollan de manera distinta, adaptándose a las diversas formas de socialización y relaciones sociales. Esto lleva a pensar en la “naturaleza humana” no como una disposición universal sino como resultado histórico de los diversos modos en que actúa la cultura sobre la naturaleza (Garland, 1990). La habilidad de expresarse y darse a conocer deriva de habilidades personales, y que, de manera significativa, tiene mucho que ver con el delito. En la mayoría de los casos los entrevistados llegaron a la conducta como un resultado de la poca asertividad en la comunicación con la pareja, de la dificultad para mostrarse y ser conocido por los otros.

Finalmente, respecto a la condición jurídica, es importante señalar que por mucho tiempo se consideró que, al ser valorada por las autoridades, éstas iban a tomar en cuenta su condición de mujer al sentenciarla. Es decir, si el delito iba en contra de la naturaleza maternal era sancionada gravemente.

       Los estudios de género mostraron que […] se estaban produciendo distorsiones tales como la tendencia a tratar las conductas criminales masculinas sólo en función de la situación de las mujeres y, sobre todo, a poner a los varones en el papel de agresor o culpable de manera sistemática (Fuller, 2009, p. 103)

       Por ello es que en la investigación se consideran elementos como lo son la tipificación de la conducta, la sentencia y el sexo del juzgador. El delito en la mayoría de los casos fue encuadrado como homicidio simple y sólo en dos casos fueron manejados como feminicidio. Sin embargo, las sentencias se encuentran en su mayoría (17 casos) en sentencias que oscilan en más de 30 años y hasta 70 años de prisión. 10 figuras de juez eran mujeres y 7 hombres, y en los restantes no se ubicó.

      De acuerdo a la hipótesis planteada al inicio de la investigación, y a partir de los discursos sociales, la respuesta esperada en relación al proceso jurídico y sentencia, va a depender del sexo de quien juzgue, ya que, de acuerdo a posturas feministas, el sistema penal está construido con bases donde se apoya al varón. Es decir, un juez justificaría desde ese sistema patriarcal a un hombre y sería severo con la mujer.

     El sistema legal, advirtieron las feministas, forma parte de la estructura de dominación patriarcal debido a que su organización jerárquica, su formato y su lenguaje están montados sobre el modelo masculino. En consecuencia, algunas feministas sostenían que las mujeres no podían usar el aparato legal para enfrentar la dominación masculina porque su lenguaje y sus procedimientos estaban saturados de reglas y de creencias patriarcales (Fuller, 2009, p. 101).

        Por consiguiente, en el ámbito jurídico se reproduciría la dominación masculina, y por ello en este delito el hombre otorgaría sentencias menores a hombres y una jueza sentencias mayores a un hombre. Sin embargo, las sentencias más altas impuestas a los varones fueron concedidas por el juez y no por la mujer, tanto en hombres como en mujeres. Y con ello se rompe la hipótesis inicial. Por otra parte, respecto al tratamiento, en la mayoría de los casos las PPL sólo participan en área psicología y educativa o laboral, ya que las otras áreas no los llaman o integran por tener sentencias largas. En su mayoría no cuentan con sanciones disciplinarias.

        Se encuentra una condición importante respecto al ámbito profesional. La atención respecto a la sentencia, el delito y el tratamiento no es una cuestión derivada de lo personal, sino más bien a partir de los elementos de profesionalización que llevan a un trato neutro respecto al delito y su tratamiento; más bien, la diferencia radica en los simbolismos individuales a los cuales el sujeto se predispone.

      De acuerdo a González (2006), la cárcel no significará lo mismo para todos, ya que esto dependerá de las condiciones con las que les toca vivir. Y no es lo mismo para todos, ya que el delito mismo es diferente. Su relación con los otros y con el personal, será una parte primordial para éste. De esta manera, su delito repercute desde la detención y ante las autoridades que lo valoran en una investigación o ante una determinación de culpabilidad.

        En este aspecto el personal cuenta con una función importante. Menciona Flores y Díaz (2005) que el personal encargado de atender a los internos debe contar con características específicas fundamentadas en un profesionalismo y conocimiento objetivo, así como de una experiencia que permita una objetividad, facilitando una valoración minuciosa que permita identificar los elementos específicos de la individualidad y con ello llegue al ideal de la resocialización.

      Las condiciones respecto a la respuesta se vivenciaron de forma diferente por los participantes. Aun cuando ellos mencionan que las juezas son más rígidas en la valoración, y con ello se determinan sentencias más altas, la realidad es que, por el número de jueces y juezas, las sentencias más altas fueron determinadas por hombres y no por mujeres. Y respecto al tratamiento, las necesidades de personal al interior de las prisiones, muchas de los participantes expresan un abandono por parte de las áreas, lo cual los ha llevado a ellos mismos a alejarse y sólo participar en las áreas en las que logran mayor empatía.

CONCLUSIONES

      A manera de cierre se menciona que, en los participantes de esta investigación, el delito hace una diferencia respecto a la respuesta tanto de la familia, amigos, autoridades y personal involucrado en la tarea de la investigación, la sentencia y el tratamiento.

     El delito de homicidio a su pareja cometido por el hombre hacia su pareja, recibe mayor rechazo por las mujeres integrantes de la familia, como lo son las hermanas quienes se identifican con la víctima y reprueban la conducta del hermano. Llevan con ello a un mayor abandono por la familia. En el caso de la mujer, por el mismo delito, la madre y hermanas se identifican con la mujer privada y muestran mayor apoyo.

        Las personas privadas de su libertad por el delito de homicidio a su pareja, no presentan como antecedente un ciclo de violencia física ni emocional explicita, pero sí indirecta por sentir que las parejas les eran infieles, lo cual desencadena en la privación de la vida de la pareja.

La respuesta de los responsables de administrar la justicia no necesariamente influye por el sexo; el juez es más rígido en la valoración que la jueza. Respecto al tratamiento es la misma persona privada de su libertad quien se aleja del tratamiento.

        A las personas privadas de su libertad por el delito que aquí se estudia, muestran dificultad para entablar relaciones interpersonales fuertes que pudieran ser redes de apoyo, se adaptan, pero no cuentan con amistades significativas.

FUENTES DE REFERENCIA

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Elizabeth Castañón García[1]

 

[1] Maestra en Ciencias Penales con especialización en Criminología por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, Docente-Investigadora de la Universidad de Ixtlahuaca CUI

[1] Maestra en Ciencias Penales con especialización en Criminología por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, Docente-Investigadora de la Universidad de Ixtlahuaca CUI

 

[2]Agradecimientos a la Dra. En D. Kinuyo Concepción Esparza Yamamoto (Universidad de Quintana Roo), quienes son investigadoras colaboradoras en dicha Investigación.

 

[3] Entidades de las Naciones Unidas para la igualdad de las mujeres

 

[4] El hombre es atendido por la madre, por las hermanas y en varios casos por más de una pareja, quienes aceptan el rol y permanecen. Menciona Marcela Lagarde (2014) que la mujer es educada para proteger a otros, su cuerpo no le pertenece, sobre todo es del esposo y los hijos (no de las hijas porque ella es la extensión de la madre). La madre de un hijo que delinquió percibe su papel como aquella que debe proteger hasta el final aun con todo el dolor que implique la situación, para ello hay otras mujeres que ayudan en el proceso, permitiendo también a las otras hacer su papel de madre y esposa protectora.

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