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DN Investigación            No.5

ARTÍCULOS

Evaluación educativa en tiempos de pandemia

Michel Mondragón Sánchez [1]

INTRODUCCIÓN

México, es uno de los países que se ha preocupado por la evaluación educativa, la cual tiene determinados momentos como: al final de cada ciclo escolar, semestre, bimestre; dependiendo del nivel escolar, de los profesores o incluso el objetivo que persiga.

En un inicio, cuando el sistema educativo comenzó a experimentar el vertiginoso crecimiento que la explosión demográfica trajo consigo, los maestros utilizaban ampliamente pruebas de tipo objetivo difundidas por la Secretaría de Educación Pública (SEP), que, aunque rudimentarias, tenían la ventaja de ser homogéneas (Horbarth, Gracia, 2014: p. 63).

Sin embargo, hoy en día en el contexto educativo global y sumado a ello la pandemia se ha implementado la educación a distancia, misma que se da por hecho que todo mundo tiene acceso a ésta, sin considerar que no todos tienen acceso a internet y/o posee una computadora. Estas situaciones, plantean nuevos retos de la educación, así mismo de le evaluación educativa.

¿Cómo evaluar a alguien que no tiene estas herramientas que son esenciales para su educación? ¿Existen caminos alternos para evaluar a los alumnos que se encuentran en desigualdad educativa?

DESARROLLO

La evaluación dentro del aula, es una actividad continua del mismo proceso educativo. Desde el momento que el alumno ingresa a la escuela, durante su estancia y al final de la jornada escolar proporciona información de su propio sistema de enseñanza en casa, así como en la escuela y en conjunto, ambos contribuyen a mejorar el propio proceso evaluativo, mismo que brinda oportunidades formativas.

Se busca que la información recabada por diferentes métodos, generen conexiones que contribuyan a fortalecer la calidad de la formación del discente; en este caso, el docente junto con el alumno genera de una forma explícita métodos de evaluación más congruentes dentro del aula, fortaleciendo así la educación y las mismas prácticas docentes.

“La evaluación implica que el docente registre fortalezas, los talentos, las cualidades, los obstáculos, los problemas o debilidades que de esta manera individual y grupal se vayan dando para invertir oportunamente y decidir el tipo de ayuda pedagógica que se ofrecerá a los alumnos” (Fernández, 2020).

Hoy en día, gracias al proceso de la globalización, es palpable leer, hablar acerca de educación y evaluación educativa; internet genera un mundo de información, que tiene las características de estar al alcance de la mano, sin importar la distancia. Sin embargo, el confinamiento social derivado de la emergencia sanitaria a nivel mundial, hizo notorio un cambio de trabajo en los colegios y como consecuencia de ello se cambiaron los estilos de aprendizaje y ello ha repercutido en los estudiantes al tener que adaptarse a una forma distinta a la tradicional de acercarse al conocimiento.

En ese camino la enseñanza virtual, surge como una vía alterna al aprendizaje, misma que tiene ciertas características o especificaciones que deben considerarse al llevarse a la práctica, pero, sobre todo características que deben ser consideradas al realizar la evaluación, especialmente si se considera que la evaluación implica realizar un juicio de valor acerca de determinada realidad, utilizando herramientas que permitan indagar si los objetivos se concretaron.

Fernández (2020) menciona que el proceso de la evaluación se debe entender como un: Análisis estructurado y reflexivo, que permite comprender la naturaleza del objeto de estudio y emitir juicios de valor sobre el mismo, proporcionando información para ayudar a mejorar la justa acción.

Los profesores y profesoras evalúan, como si fuera el único camino a seguir; y en muchas ocasiones esa evaluación es realizada sin tomar en cuenta las distintas concepciones de los alumnos o habilidades. La gran mayoría, mide a todos bajo ciertos estándares, esperando que todos cumplan con lo establecido con la norma, lo hegemónico y eso atenta con las habilidades y herramientas disponibles para el aprendizaje del alumnado.

“Sí nos centramos en los criterios de calificación que se podrían seguir para evaluarnos en este último trimestre, creo que deberían puntuarnos mediante trabajos, avanzando materia poco a poco, sin saturarnos” (Diario de la Educación, 08/05/2020).

Actualmente, a raíz de esta pandemia la evaluación es un concentrado de evidencias que permiten obtener información valiosa del desempeño de los alumnos en relación a los objetivos planteados. Así mismo, la evaluación como parte del trabajo docente, muestra una secuencia construida a lo largo de un tiempo determinado, es decir, por bimestre, por semestre o anual. El hecho de conocer el progreso del logro de los objetivos planteados, en su primer momento es beneficioso, ya que las informaciones recabadas en relación con el resultado obtenido permiten reflexionar sobre el proceso que se realizó.

Lo anterior nos arroja datos acerca de lo que se vive en la educación en las escuelas, colegios e institutos; dentro de ellos se evidencia que ha sido un error el dar por hecho que se tiene acceso a internet o una computadora. Las evaluaciones de los estudiantes se basan en las pruebas para dar sustento y credibilidad que los alumnos han estado trabajando, mismas que tienen que ser enviadas a través de alguna plataforma digital -Whats, Classroom, etc.- y aquí es donde de forma palpable se ve la desigualdad educativa acerca de trabajar en línea, es una cuestión en donde los padres de familia valoran o se cuestionan ¿Qué es más importante pagar el internet o dar de comer a los integrantes de la familia? Son situaciones que ponen a los padres de familia en situaciones difíciles y donde llega el punto de las prioridades se hacen presentes.

“Corresponde al Estado la rectoría de la educación, la impartida por éste, además de obligatoria, será universal, inclusiva, pública, gratuita y laica” (Artículo 3ro Constitucional, 2019)

La concepción de educación gratuita, ante la coyuntura mundial cambia la concepción de gratuita y garantizada por el Estado, ello reduce a una acción individual y por lo tanto ahora es costeado por los padres de los alumnos, o en el caso de los alumnos de educación media superior en adelante buscar las herramientas para satisfacer la necesidad de ser educado y adquirir nuevas habilidades como se llevaba a cabo de forma presencial y como se ha estipulado en los temarios así mismo en las cartas descriptivas.

Por la parte del Estado, las evidencias son esenciales y requisito por parte del alumnado, para comprobar si en efecto ha trabajado como dictan las normas, si se ha llevado a cabo el proceso enseñanza aprendizaje. Más bajo estas condiciones ¿es posible?

La pandemia COVID 19 ha roto aquella linealidad de la vida cotidiana que la humanidad gozaba, ha roto los esquemas sociales, lo prediseñado muchos se alegraron por descansar un poco de las actividades cotidianas como, de asistir a clases de forma tradicional, levantarse temprano, tomar el autobús temprano para llegar a clase sin perder tiempo y todo aquello cambió por levantarse más tarde, tomar clases en pijama, disfrutar del sofá o una silla cómoda. Hoy la afirmación se hace presente acerca de la educación y el asistir a la escuela es un privilegio que no todo mundo puede tener y sobre todo en ambientes virtuales.

La evaluación, es sin duda una acción dentro del proceso educativo que ofrece un balance final dentro de un periodo establecido para el logro de los objetivos planteados; es decir, su prioridad radica en conocer el grado, en un espacio de tiempo concreto.

“La responsabilidad de la evaluación debe incluir a los propios autores, con el objetivo de repensar y evaluar sus propias prácticas” (Hernández, Buitrón, 2017).

La evaluación educativa no es de forma univoca hacia los alumnos, sino incluye una retroalimentación hacia los docentes, quienes han diseñado el curso. Al transitar de un estilo de trabajo tradicional a uno virtual es cuando se manifiestan habilidades y se evidencia la forma del cómo operan mentalmente, se afrontan con el manejo de las nuevas tecnologías y es ahí cuando los alumnos evalúan si es un buen profesor o profesora y evalúa sus nuevos conocimientos cuando los pone en práctica.

“Las plataformas educativas, se han diseñado tomando como referencia las enseñanzas presenciales que poco tiene que ver con la educación a distancia, las plataformas educativas, deberá permitir la gestión/desarrollo, del curso/evaluación que permita ver el seguimiento y progreso de los alumnos informes y estadísticas, gestión y edición de evaluaciones, diseño de cursos y portafolios” (Hernández, Buitrón, 2017).

Dicha visión se denomina un enfoque educativo para el siglo XXI e incluye elementos generales que luego se precisan para cada tipo educativo. El modelo de educación virtual debe entenderse como una tendencia para modificar su conducta sobre la base de la experiencia presencial, como es el caso del diseño de materiales didácticos en la red, establecimiento de protocolos didácticos y tecnológicos y el establecimiento de producción de contenidos.

Hoy en día estas concepciones quedan de lado, esto se debe que los servicios de internet son deficientes, se podrá contar con herramientas tecnológicas de última generación, pero si no se tiene servicio de conectividad efectivo, o viceversa si se tiene un equipo lento o se apaga a cada rato, el contexto del alumno se encuentra en condiciones no favorables, con ruidos, etc., difícilmente se logrará el objetivo deseado.

CONCLUSIONES

Hablar de evaluación resulta ser un tema amplio, e implica hablar acerca de evidencias, conocimientos clave para el aprendizaje de los alumnos y profesores, resulta complicado, porque la presente situación sanitaria a nivel mundial altero notoriamente la forma de educar, aprender y no es posible utilizar los mismos parámetros para quienes tienen las herramientas tecnológicas o quienes no poseen acceso a internet o computadora personal. Es indispensable que las instancias y autoridades encargadas de la evaluación educativa tomen en cuenta las situaciones, si lo que importa es la calidad educativa, o como instituciones que aparentan llevar a cabo calidad educativa las cuales muestran números, cantidades sin tomar en cuenta el proceso enseñanza aprendizaje, como objetivo principal de la educación.

AUTOR:

Michel Mondragón Sánchez

Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México. Estudiante de la Maestría en Educación y Administración Escolar de la UICUI – CUI.

 

Fuentes consultadas

Artículo 3ro Constitucional

https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.phpcodigo=5560457&fecha=15/05/2019

El diario de la Educación (2020) Evaluar en tiempos de pandemia: La visión de una alumna de 4°de ESO. Madrid.

Fernández. C, Felipe A. (2020) “La evaluación y su importancia en la educación”. Revista Nexos. México.

Hernández, José. F, Buitrón, Hugo (2017) Evaluación de los entornos virtuales de aprendizaje y enseñanza. Vol. 4, N° 7, enero 2017, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

Horbath, Jorge. E; Ma. Amalia (2014) “La evaluación educativa en México” Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad. Vol. 9, núm. 1, enero-junio.

Narrativa sobre el covid-19:

Experiencia vivida

Carlos Sámano Flores

27 de noviembre, 2020

Escucho el silencioso gemido del nebulizador, siento como cumple su función de llevar a los pulmones cansados y destrozados por el virus la sustancia vital que requiero: oxígeno. El nivel de saturación es deficiente. Los pulmones exigen oxígeno, y este pequeño aparato tecnológico, ayuda a restaurar el nivel de oxigenación. Los tiempos de contingencia ambiental corresponden con la intoxicación del cuerpo.

La enfermedad de la que tanto me cuidé se tornó real. Estoy infectado. ¿Dónde empezó todo? No lo sé. He buscado su genealogía, pero resulta vano. Lo contraje entre la familia. Los chav@s, esos bípedos inteligentes, fueron los portadores.  ¿Quién? No importa. La familia se vio amenazada por el virus y sólo cuatro sufrimos su furioso ataque. La edad, la hipertensión, el trabajo excesivo(estrés) y la obesidad abrieron el camino a la enfermedad del siglo XXI. Una enfermedad de cansancio, de agotamiento. Enfermedad dura, agresiva, real que puso a prueba valores, creencias, saberes; ideas que no mostraron su fortaleza cayeron como cristal, en mil pedazos.

Conocer sobre el virus es valioso. Permite tomar distancia del fanatismo, la ignorancia culpable y de la psicosis, imprescindibles en una época en que los perros salvajes de los hombres andan sueltos. Como contraparte, siempre resulta un ingrediente único; el aprendizaje directo, la experiencia vivida. No significa que la experiencia vivida se arroje los ropajes de dogma y saber único. La experiencia vivida depura la mirada, exige diálogo con otros saberes y se fortalece imaginando y creando comprensión.

La experiencia de vida y la ciencia son fundamentales para contrarrestar la estupidez humana. Ejemplo: recuerdo que los meses de abril muchas poblaciones del Estado de México se organizaron en brigadas. Obstruyeron caminos, sacaron pistolas, golpearon personas tan sólo por el rumor de que autoridades iban a sanitizar; que el gobierno quería exterminarlos. Cuando una población carece de información verídica y objetiva se deja arrastrar por fanatismos, paranoias y miedos. La información es poder. Los Fake News son la podredumbre de una sociedad que busca ganar adeptos, despertando con mentiras, los demonios salvajes de los seres humanos

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La enfermedad parió con dolores en las articulaciones, agotamiento, dolor de cabeza y fiebre. Sudaba caliente, sudaba frío. Tuve que dormir con la ropa puesta. Nada me calentaba. No había lugar para el sueño. Fue una noche de perros. Pensé que al día siguiente todo terminaría, que una visita al médico bastaba para paliar mi incomodidad. Me equivoqué. No sólo una sino varias noches se tornaron pesadillas. Deseaba dormir, pero el dolor de cabeza hacía que mi cerebro danzara de dolor. La narrativa que vivía se reducía a sufrimiento y miedo.

Con la enfermedad descubrí la miseria de la medicina privada y pública. De la pública la conciencia de relativa incapacidad para atender a los pacientes, de su nula organización para verificar o realizar análisis clínicos; el manejo del covid-19 fue producto de ensayo y error. Presumo ser un individuo informado, pero con la vivencia del covid-19, pude entender la dimensión del desmantelamiento de la salud pública por los gobiernos que han pasado. El derecho a la salud pasó a ser un negocio de proporciones insospechadas. He dejado de ser derechohabiente y para convertirme en un molesto usuario que se irrita y enoja como todo consumidor impotente.

La medicina privada tiene sus lujos y muestra sus músculos. Fue a partir del 2010 cuando sanatorios, clínicas, consultorios y farmacias brotaron como hongos. Con la epidemia, los particulares mostraron su afán de lucro, el abuso indiscriminado en sus cobros (de 50 mil hasta 100 mil para tratar el covid-19, ¡Sólo como depósito de entrada!) y el manejo de la información sesgada: Ni siquiera estos sabían cómo tratar el problema de la enfermedad del virus; errático y sin orden para alternar con la patología.  Otra vertiente, fue el rechazo de los enfermos con escasos recursos. Son selectivos y tienen buen ojo para el dinero; acérrimos defensores de la medicina como negocio. Su vínculo con las farmacéuticas es notorio: mercaderes de la salud y de un derecho público.

El doctor Johan, un médico particular, tuvo que agarrar por los cuernos la enfermedad. O buscaba la forma de aprender cómo tratar farmacológicamente al paciente con síntoma de covid-19 o perdería en un abrir y cerrar de ojos lo que mucho esfuerzo había logrado afianzar. A él no le tocó la suerte de salir sin secuelas de esta enfermedad: lo vivió, lo padeció. Vive para contarlo.  Casi siempre se mostró accesible y hasta solidario con los enfermos Covid …sólo los llegó a rechazar cuando la inquietud de los pacientes lo sacaban de quicio.  Pero como siempre, se dieron casos en que sus colegas, maltrataron, insultaron a todo aquel que llevaba síntomas de gripa o fiebre. Querer sobrevivir se convierte en algo urgente, no espera.

La enfermedad es mortal. El covid-19, acérrimo ente, no se conforma   con invadir el cuerpo y someterlo a un tortuoso padecimiento...lo acerca al umbral de la muerte.  Con el virus se vive la finitud, la forma pasajera y contingente de la existencia; el cuerpo muestra su vulnerabilidad, su mortalidad.   La muerte ocupa un lugar central en el día a día del enfermo. Lo coloca en situación de reflexionar su muerte, de sentir la caducidad de la vida.  Al mismo tiempo, la vida adquiere toda su grandeza, su belleza violenta. 

Los amig@s te dicen " échale ganas”." No te dejes vencer". Llaman para saber cómo estás, cómo te sientes. Todo este mundo de afectividad es grandioso. Llena de alegría la existencia. Le agradeces a la vida por otorgar tanto. El alma se eleva, surca alturas. Te propones luchar y ganar la batalla. Se hincha tu voluntad, eres un guerrero. Quieres salir de la condición delirante y enfermiza en que se ha hundido el cuerpo. Un alma que lucha por su cuerpo y un cuerpo que da todo de sí para que el alma no pierda su potencia, su capacidad de ascenso, su poder de vivir y de amar.

Gracias al lenguaje respiré alegría, sensibilidad. Viví la animosidad de las palabras, la fertilidad de los sentimientos, soñé viajando tierras oníricas, respiré abundante imaginación. El lenguaje me devolvió las ganas de vivir, encontré la forma de unir el cielo y el mar. Recuerdo con cuántas ganas Iasu levantó una morada hecha de solidaridad, de cómo llenó el espíritu de mi amada de actos extraordinarios. El lenguaje genera cercanía, invitar, crear comunidad. La soledad no tiene lugar en la tierra donde brota creativamente el lenguaje; lo salvaba una palabra de amor o una mirada llena de cercanía. El otro es indispensable, el otro es lenguaje: comunica, ama y logra la unidad de los eternamente separados.

Aferrarse a la vida fue lo más sublime. Mi gran pasión por el vivir me permitió luchar desde este mundo.  Sabía que la vida es lo único que hay, que es todo. Concluía en la encrucijada del camino: " Oh, alma mía, no aspiré a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible", cita de Píndaro que abre el Mito de Sísifo de Albert Camus. Agoté el mundo de lo posible y el alma no se afanó por buscar tierras eternas.

Mi amada dice que soy un paranoico. Hay razones para ello. El día que salí a recorrer la ciudad de Ixtlahuaca, después de superar la enfermedad, sentí todo el miedo encima. El miedo había tomado cuerpo, yo era el miedo. Una sensación de escalofrío invadió mi cuerpo al ir por la calle. Miraba a la gente, lo escudriñaba. El ojo juzgaba, censuraba la presencia del otro. Como decía Sartre "El infierno eran los otros". Mantuve la distancia. Seguí el protocolo sanitario de forma rigurosa. No tuve tranquilidad hasta llegar a casa.

 ¿Qué me estaba pasando? Me estaba inyectado miedo, la desesperación se apoderaba de la escasa tranquilidad. Caminar no es mi deporte favorito, pero me agrada. Caminar es todo un arte, un placer que recrea el tiempo pensando, y ayuda a recuperar la serenidad. El caminar hace olvidar la angustia, y relaja el alma. El murmullo de la naturaleza y del corazón se escucha siendo silencio… ¡Que ironía! ¡Caminar ahora lo hacía sudando, estimulado a vivir estados mentales y psicosomáticos excitados por el miedo!

Me avergüenza decirles que tuve miedo de caminar por la calle.   El pensar que, por azar, el covid-19 se reactivara, estremecía cada centímetro de mi piel. La sola idea de reavivar la enfermedad producía terror.  La incertidumbre es el aire que respiro. Sentía el peligro, sudaba miedo. No importa si tuvo su origen en China o en Estados Unidos. Tal como lo dice Naomi Klein: los estados de shock tornan al sujeto vulnerable al sufrir la pérdida de la paz. El individuo se torna frágil. Todo puede ocurrir a su alrededor. Si algo lo sostiene, la incertidumbre lo derrumba, es posible que lo pierda todo, que se vuelva un juguete de intereses económicos, políticos o financieros. La persona en estado de conmoción no piensa, no tiene conciencia de lo que pasa a su alrededor, sólo busca sobrevivir a cada instante.

Admito que el miedo atraviesa y penetra el cuerpo. Cuento el caso de E. Aquel jueves llegó con gripa. Se me puso la carne de gallina. ¡Me estaba curando! Desde ese momento no pude estar en paz, la idea de que cargaba consigo una gripa, hizo que imaginara todos los momentos vividos por la enfermedad del covid _19.  Le dije a Glo que tal vez eso no era una simple gripa. Le manifesté la preocupación que agitaba mi pobre alma. Respondió con valentía y coraje: no puedo correrla.  Mientras di clase me olvidé de ella. Cuando recordaba que a mi lado estaba otro cuerpo enfermo como el mío, deseaba no estar ahí, quería correr, desaparecer de ese lugar.

El pretexto ideal para escurrirme fue ir a sacar la tele del tórax en la clínica Santa Elena. Para evitar la tensión que vivía, preferí abandonar los muros de la casa y lanzarme a la aventura. Respiré y excitado conduje el auto rumbo Ixtlahuaca.  En el automóvil uno se siente cobijado, guardado: ¿No será que nos estamos acostumbrando a una existencia encapsulada? En el sanatorio preferí estar de pie, evité tocar cualquier parte metálica. No importó que se tardaran en atenderme, dejar escurrir el tiempo era el objetivo. El radiólogo me atendió en un abrir y cerrar de ojos. Los resultados llegaron por WhatsApp esa misma tarde. La información es digital. La placa del tórax es sólo una imagen. 

Terminada la consulta no sabía hacia dónde dirigirme. Sé que estoy tentando a la muerte, eso me excita. Contradictorio, pero emociona. Imagino mi llegada a casa cuando la noche se deja venir sobre el día. Después de mucho pensarlo me dirijo hacia las Pizzas Cruzeli’s. Ordeno una picosita familiar.  Mientras espero empiezo a sudar y siento un dolor punzante en la garganta: secuelas del covid-19. El viento que sopla es gélido, preocupa que tenga efecto sobre el sistema respiratorio.  Trato de calmarme y organizo mi pensamiento. Después de 50 minutos me entregan el paquete de sabrosas picositas.  Es hora del regreso a la morada.  Para mi sorpresa, E. seguía en casa. ¿Por qué causaba tanta tensión su presencia? No era E. Lo que me turbaba era la representación que me había formado de la enfermedad. Era yo el problema, me pensaba y actuaba de acuerdo a ciertos códigos. Creaba estados mentales y psicosomáticos paranoicos y de pavor.

¿Para qué el encierro? La respuesta es ambigua. A la zona rural le sirvió poco. Estando en casa se procuraba seguir el protocolo. Después de algunos meses se fue relajando la disciplina. Finalizamos el mes de noviembre con varias fiestas encima. Y será el mes de noviembre el punto de quiebre: el 6 de noviembre, estaba contagiado. Los síntomas: dolor de cabeza, infección de la garganta y fiebre. Fui con el médico del pueblo. Pensé que se trataba de una simple infección. El día 18 el galeno de cabecera diagnosticaba covid-19. La mente comienza a trabajar, hace conjeturas, busca culpables y genera estados de ánimos y psicosomáticos con efectos devastadores.

Todo el mes de noviembre y parte de diciembre me mantuve en aislamiento. Dejé de saludar de mano y recibir con un beso a las personas que estimo. Para algunos era comprensible darse los buenos días desde lejos …otros lo recibieron como una ofensa. No me lo perdonaron. El contagio fue entre familiares. Algunos padecieron síntomas leves, lo superaron y siguieron con su vida normal. Lo que no comprendieron ni asimilaron fue evitar las fiestas y las reuniones concurridas. No nos había matado el virus, habría que ser cautos y precavidos. No fue así. ¿Es necesario que alguien muera para medir las consecuencias?

No hubo toque de queda, ni se utilizó el ejército para   hacer valer el cerco sanitario. Se aplicó una intensa propaganda mediática con el propósito de concientizar a la población de que la responsabilidad de la salud depende de cada individuo y de la sociedad: " si te cuidas tú, nos cuidamos todos". " Evitar la propagación del covid-19 empieza en la familia". La red de redes, el internet, otorgó al covid-19 una realidad insospechada. Para llegar a ser lo que es el virus, requirió del armazón mediático. No era suficiente con ver la cremación de los muertos y las multitudes contagiadas: había que inyectarlo, había que escribir el mensaje en el cuerpo.

Recuerdo la historia de la película, del director estadounidense Vincenzo Natalí, que llevaba por nombre "El cubo". Encerrados un total de seis seres humanos, cada cual poseía una habilidad. Del conjunto de habilidades tenía que valerse el grupo si querían encontrar la salida y, sobre todo, ser capaz de leer el código lógico-matemático que estaba inscrito en cada puerta. Nadie sabía cómo habían llegado ahí, la verdad es que tenían que salir.  Cada puerta era una posibilidad de vivir o morir. Al final, el autista pasó el umbral del encierro y se encontró con lo único que queda: “La abundante estupidez humana”.

En los nosocomios, el contaminado por covid-19 produce terror, genera pánico y pone a todo al hospital en movimiento. Los pacientes cuchichean, murmuran, y se alejan del lugar. Los médicos, enfermeros y personal de la clínica extreman precauciones: cubrebocas, mascarillas, batas desechables; todo con rigurosa asepsia. Al terminar la entrega del enfermo covid, se respira y proceden, rápidamente a desinfectar el lugar, no vaya a ser que la muerte esté rondando por los pasillos de la blanca clínica. ¿Hubo discriminación? Claro que se dio. A los enfermos covid, se nos dejaba afuera de la clínica u hospital, esperando turno. Además, se acondicionaron espacios para el tratamiento de los sospechosos o portadores reales de la enfermedad: ¡segregación sanitaria!

¿Qué de la familia? Ese tesoro que todos cubren con escamas de oro le emanó un aroma a podredumbre. Los sobrinxs, primxs, tixs, hermanxs desaparecieron como arte de magia. No quisieron saber del familiar. El natural no apesta:  producen aversión. Ni una llamada por el celular, no vaya a suceder que también la enfermedad se trasmita a través del WhatsApp. Se optó por el aislamiento completo, el alejamiento voluntario. Duele saber la ausencia de aquellos que caminan junto a ti; que marcaron tu infancia; sentir la lejanía del vientre y la tierra donde se mamó los prejuicios, creencias y saberes… ¿Y qué de las honrosas excepciones de la familia? Cantos de amor y agradecimiento.

Uno recibe lo que da. Recuerdo que, a mediados de abril, contagiadas por trabajadores de la central de abastos mis dos hermanas sobrellevaron de forma dolorosa los estragos del covid-19. María, mazahueña hasta los huesos, estuvo en el umbral del suicidio. La enfermedad estuvo a punto de vencerla. Encerrada y desgastada por el sufrimiento padeció la soledad, el desamparo de la familia.  Yo no supe que hacer. Preferí ignorarla. Sucede que se recibe aliento y ayuda de quienes menos esperas.

María tuvo que someterse a la lógica de los fármacos. A lo largo de 60 años no había renunciado a sus tecitos, menjurjes, baños de hierbas o curanderas: siempre han sido la mejor medicina para sus padecimientos. No puedo decir lo mismo, pues desde lo quince años empecé a consumir medicamentos para el control de la epilepsia. Soy un cuerpo penetrado por las sustancias químicas y tecno-científicas. Ahora comprendo por qué me seducen, sin recelo alguno, las pastillas. Mi sistema nervioso vive bajo vigilancia del clonazepam: relaja, seda, hipnotiza y estabiliza el estado de ánimo. El deterioro cognitivo ha sido lento; el problema de ansiedad no he podido reducirlo del todo: siempre tengo prisa; la amnesia no se nota mucho y los trastornos del lenguaje son obvios: pronunciaciones incorrectas y la tartamudez.

¿Y la escuela? La maquinaria no paró, ni dejó en paz a sus profesores. El Internet resultó ser un instrumento fundamental para la continuidad de la educación a distancia. Se dejó de lado la formación presencial y las plataformas diseñadas por Google tomaron la rienda de la educación.   La enseñanza en tiempos de convid-19 fueron profundamente aventuras: ensayo y error. Cuando enfermé me di cuenta   del gran trecho que separa un profesor del otro. El magisterio está desarticulado, roto. No hay sensibilidad ni ideas que lo una.

Los docentes están dispuestos a desgarrarse las neuronas si se trata de ser exitosos. Lo que interesa es gestionar estados de ánimo: momentos de alegría y de desahogo. Estar entusiasmado, dispuesto a descargar toda la fuerza corporal y vital que   anima al profesor. Las pasiones:  elevar el rendimiento, perseguir la abstracción de la calidad educativa. Sentir el control absoluto de la realidad, ser el agente de la acción, del proyecto, en eso consiste la calidad de vida; la enfermedad desanima, estresa, lastima…si es posible hay que ocultarla en eufemismos.

Recuerdo que E. invitaba a los profesores que no hablasen del día de muertos ni de la pandemia. Eso desanimaba o deprimía a los alumn@s, ser empáticos y sobre todo buscar la manera de evitar hablar de cosas dolorosas.  Comprenderlos y motivarlos era la mejor manera de ayudarlos. Evitar presionarlos: ser tolerantes con ellos es la consigna. La escuela se acomoda rápido: su misión y visión es mantener al educando con estados mentales y psicosomáticos óptimos, energizarlos para tenerlos excitado, en éxtasis, narcotizados para que su potencia, su fuerza de entusiasmo, sea la materia prima que dé vida a la red de redes.

El aprendizaje tiene como propósito generar cambios de comportamientos que le sean útiles para vivir experiencias llenas de emoción. Lo negativo tiene lugar en lo oscurito o de plano evitarlo. Lo que hay que cuidar es el cuerpo: que éste se mantenga al 100. El adolescente como entidad tecnobiológico tiene que estar lleno de energía para producir y consumir videos en Tik Tok, Instagram, Facebook… Un chavo cargado de adrenalina trabaja mejor y aceita felizmente el circuito de producción.

Nada sorprendente fue la forma organizada con el que un grupo motivó, al espíritu que narra, a salir adelante. Lo hicieron sobre todo los adolescentes. Dos o tres varones se atrevieron a decir que me querían y que extrañaban las clases de Lógica. Que el gusto y la manera como les enseñaba la memoria del logos, les producía entusiasmo para pensar. Inyectaron al pestífero: potencia, coraje. No bastaba los narcóticos farmacológicos; a ello, se sumaba optimismo, buena vibra, esperanza por un mañana mejor… ganas de vivir.

Como enfermo covid no dejé de preparar clases en classroom y de mandar evidencias de trabajos de los educandos. Lo único que abandoné, una semana, fueron las videollamadas en Meet. No soportaba hablar mucho tiempo. El covid produce cansancio, agota, silencia la voz… La función de los fármacos: recuperar las fuerzas y ánimo del enfermo covid y evitar por todos los medios se desconecte de la red de redes.

Glo vivió la experiencia del covid-19 de forma agresiva. La tos seca la persiguió por un largo tiempo. La neumonía la estaba matando. Al ser hipertensa corría más peligro, su vida pendía de un hilo. Recuerdo aquellos días en que se cruzaban nuestras miradas. Ninguno de los dos decía nada, sólo nos mirábamos. Cada quien sufría desde dentro. Las miradas comunicaban nuestra cercanía. Caer los dos en las garras de la enfermedad creo tensiones, brotaron soledades que por mucho tiempo se hundieron en la profundidad del alma.

Ante la enfermedad los amorosos se reconcilian. Cuento que no lloramos juntos cuando ella derramó lágrimas de desesperanza: la depresión la invadió. Los abrazos aparecieron en los momentos de profunda soledad, cuando ella decía que solos y enfermos qué sería de nosotros. De ahí que nuestra voluntad se orientó al cuidado de levantarnos y caminar. Le dije que a nuestra edad la relación tiene las posibilidades de crear mundos imposibles. Había que reorganizar toda nuestra fuerza para vivir. Este es asunto de dos, como Dice Francesco Alberoni. Tiene que brotar un estado naciente donde ella me mire como una chiquilla y yo como un niño que busca rehacer su juego más bello: estar enamorados. 

Llegó el momento que a Glo y a mí nos hartaron los medicamentos. La habitación había adquirido un olor a consultorio, apestaba a farmacia, el escenario: una ecología de fármacos. Las sustancias químicas invadían el organismo. ¿Cómo soporta el cuerpo un aproximado de 47 fármacos en un tiempo de 47 días?  Toda una ironía: el sistema colocaba el cuerpo en condición de enfermo para luego recuperarlo con complejo B y tribedoce.

El cuerpo fue territorio de experimentación:  azitromicina, ivermectrina, admidoxil(neumonía), oseltamivir, ceftriaxona, dicloxacilina, moxifloxacino, amikacina para atacar infecciones ocasionado por el virus en la vía respiratoria. Pregabalina para dolor de los dedos, pies y manos, con sensación de mucho frío. Dexametasona: trata la inflamación de los pulmones y expulsión de las flemas en los órganos.  Paracetamol, ketoprofeno e ibuprofeno: su función disminuir el dolor y la inflamación. Y ciertos medicamentos que controlan la influenza: amantadina; así como la clorfeniramina para aliviar la irritación de la garganta, la secreción nasal, la fiebre y el resfriado; para tratar los síntomas del vaciamiento lento del estómago o diarrea: metoclopramida; para la tos benzonatato, ambroxol y ambroxol con dextrometorfano.

La mayoría de los medicamentos con prescripciones médicas resultó del ensayo y error de médicos que intentaron enfrentar el covid-19. Por nuestra parte, en complicidad con mi pareja, experimentamos el consumo de fármacos sin prescripción de ningún experto. ¿Desde cuándo tenemos que pedir permiso para vivir o morir? Soy partidario de una” intoxicación voluntaria” y colectiva.  

 

Un evento interesante fue cómo algunas personas compartieron recetas a través de las redes sociales, con el propósito de generar conocimiento colectivo. Y claro si algún enfermo covid no tenía dinero para pagar a un médico podía hacer uso de la receta, pues la base química de los fármacos coincidía. Intercambio de experiencias, sugerencias de cuidados, como evitar las depresiones... hierbas para realizar infusiones o té. El empleo de plantas prohibidas como la marihuana mezclada con alcohol, ajo, yerbabuena, cebolla y árnica con un año de preparación. Dice Paúl B. Preciado:” Todas las sustancias son veneno. La única diferencia entre un medicamento y un veneno es la dosis".

El empleo de algunas pomadas para aliviar el dolor de espalda o los omóplatos. Licuados para tomarlos en las mañanas contra la gripe y la infección de garganta: preparados con ajo, miel, cebolla y jengibre.  Un pueblo como el mexicano, con todos los siglos de saqueo y neocolonización, no deja de lado su creatividad para conservar y elaborar “saberes y poderes populares”.

 

Estar enfermo no significa morir de tristeza. La música, como arte, es muchas veces, una manera de liberarse de los narcóticos. Gracias a la vida (de Violeta Parra) en la sonora voz de Mercedes Sosa, es un canto floreciente a la vida; Sobreviviendo de Pablo Heredia proclama la libertad de elegir: “Yo no quiero ser sólo un sobreviviente, quiero elegir el día de mi muerte. Tengo la carne joven, roja la sangre, la dentadura buena y mi esperma urgente”. León Gieco no se queda atrás con Sólo le pido a Dios “(…) que el dolor no me sea indiferente. Que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente...". Las canciones animan, vitalizan el cuerpo, llena de profunda alegría al espíritu.

 O Defender la alegría, escrito por el poeta Mario Benedetti, donde Serrat con el arte de la música, enaltece una ética de la alegría al hacer un llamado de:” Defender la alegría como una certidumbre. Defenderla a pesar de Dios y de la muerte. De los parcos suicidas y de los homicidas. Y del dolor de estar absurdamente alegres”. El Pirata, canto criollo de vals peruano que es una invitación a pensar: “Yo no quiero una tumba, ni una cruz, ni corona ni tampoco una lagrima, me aburre oír llorar. Ni tampoco me recen, sólo pido una cosa para el día en que muera que me arrojen al mar (…)”. O sentir las palabras sublimes de Vasija de Barro del dúo Benítez -Valencia, antípoda de El pirata, que a la letra dice:” Yo quiero que a mí me entierren como mis antepasados (…) en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro.”

El canto, frente a cualquier enfermedad, sacude y hace vibrar toda la estructura del alma. Cuando la nostalgia, la tristeza y la desesperanza buscaban echar raíces en el territorio del cuerpo la palabra poética, con sus estrofas salvajes y bellas, nos recuerda Nietzsche que: “Al hombre que no puede volar ¡Qué pesadas le resultan la tierra y la vida!”.

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