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  • César Gabriel Figueroa Serrano

PÓLVORA Y CENIZAS


FELLINI: SOMOS LO QUE RECORDAMOS

(PROCESOS CREATIVOS, MENTE Y SALUD II)




Somos lo que recordamos, aunque muchas veces ese recuerdo no necesariamente sea correspondiente con la realidad. En el caso de Federico Fellini, el ejercicio del recuerdo fue una constante en su obra creativa, aunque muchas de aquellas evocaciones fueran más bien elaboradas con fragmentos de la imaginación. Si Borges apunta que somos nuestra memoria –“ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”-, la de Fellini parecía constituirse, intencionadamente, como lo subraya Costantini (2007) desde su propia biografía imaginada.

Muchas de las películas de Fellini tienen entre sus tópicos recurrentes, el apelar a los recuerdos como ingrediente de la trama. En la voz de la luna, explora narrativamente una pléyade de personajes lunáticos que van del hombre enamorado al melancólico, del paranoico al músico alunizado; en Payasos, nos cuenta acerca de cómo, después de la emoción que le propicio la visita de un circo, escapó de su casa para seguirlo. Asimismo, evoca a aquellos personajes de su infancia que, aun no siendo su intención, cumplirían cabalmente con la nomenclatura de payasos.


En Amarcord –“yo me acuerdo”, en el italiano de la región de origen de Fellini-, rememora su infancia en Rímini, algunas fantasías eróticas, personajes emblemáticos del pueblo; en 8 y ½, explora los deseos y temores inconscientes de un cineasta que se siente bloqueado. Así también algunos elementos de La Strada: Zampano, uno de los protagonistas, tenía que ver con gitanos, castradores de puercos y carboneros, que conoció de niño; en La Dolce Vita el recuerdo de infancia también participa con el monstruo fétido y arrojado del mar que aparece en la secuencia final. No obstante, muchos de estos recuerdos eran más bien imaginados. Esto es, creados, no recreados.


En este sentido, resulta elocuente que, de acuerdo con Costantini, muchas de las cintas de este cineasta italiano, aunque tratan de Rímini, su pueblo natal, Fellini no rodó ninguna ahí. Ni siquiera Amarcord. La realidad no es la misma que la que él recordaba.


De niño, contaba Fellini, se había escapado varias veces para irse con el circo. Decía que había sido a los 7 años y que eso fue una experiencia esencial para comprender sus cualidades estilísticas. Por ello, no era extraño que en sus películas tratara, en cierto modo, de transformar la vida entera en circo mágico. Aunque en realidad nunca fue cierto que haya huido para seguir al circo.


Como tampoco lo fue el haber estado en el colegio Fano –“experiencia” que mostró en alguna secuencia de 8 ½-. Escuela de dureza y disciplina. Pero él nunca estuvo ahí, fue su hermano Ricardo que tal vez le contó anécdotas. También se dice que solía contar, llegado a Roma, anécdotas inverosímiles (Costantini,2007).


Versión onírica de su propia existencia. Tal vez como su propio proceso creativo. Cuando invitó a Anita Ekberg a participar en la mítica la Dolce Vita, ella preguntó por el guión. “No existe”, respondió él. Anita pensó que se trataba de una payasada, que estaba con un tipo que le jugaba una broma o que estaba chiflado. En realidad, día a día, conforme iba escribiendo el guión, le enviaba las explicaciones de lo que haría en la cinta.


El cine de Fellini es circo, carnaval, feria. Como su cine fuera más allá de la pantalla. Se dice que las tomas de La Dolce Vita en la fuente de Trevi se prolongaron por 8 o 9 noches. Los dueños de las casas aledañas a la famosa fuente, cobraban a los curiosos para dejarlos asomarse. Al final de cada toma la gente gritaba. Era el espectáculo dentro del espectáculo; el carnaval dentro del carnaval.


“Qué experiencia tan excitante es la niebla: te vuelves el hombre invisible, no te ven y por lo tanto no existes” (cfr Costantini,2007:25).

La memoria de Fellini quizá siempre se movió dentro de esa niebla: en la aparente invisibilidad, la luminosidad de su historia. Resulta secundario si sus recuerdos eran ficción o realidad. Pues, al fin de cuentas, como señala Jorge Volpi (2011:19), las ficciones son simulacros verosímiles de la realidad “si la ficción se parece a la vida cotidiana es porque la vida cotidiana también es –ya lo suponíamos- una ficción”. Esto es, el proceso mental en donde reconocemos a alguien es similar al de reconocer alguien inexistente al de darle vida por palabras.


FUENTES

-Costantini, Costanzo (2007). Fellini. Les cuento de mí. Conversaciones con Costanzo Costantini. Sexto Piso. México D.F.

Volpi, Jorge.(2011). Leer la mente. El cerebro el arte de la ficción. Alfaguara. México D.F.

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