Un día de cualquier persona está hecho de las historias que contamos y nos cuentan: son relatos que podrían ser “uno de los registros vitales de nuestra experiencia”, señala Ricardo Piglia. Si bien hay muchos ángulos para reflexionar parte de su obra, en esta ocasión se consideran sus apuntes sobre la narrativa como una forma de tener un acercamiento con lo social.
Juan Villoro, en La máquina desnuda, ha señalado que las historias de Piglia implican intensas discusiones sobre el arte de narrar. No es el tono levantado de la cátedra, “sino la errancia sin mapas de la sobremesa, donde los paisajes comunes son vistos con ánimos de expedición”. Hay una certeza: el mundo ya ha sido narrado.
Esa narratividad del mundo trasciende el terreno de la ficción y puede ser un ángulo reflexivo de la vida cotidiana. En La forma inicial, Piglia señala que la narrativa es uno de los usos habituales del lenguaje; con ella se permite dar cuenta de sentidos generados e implica una de las vías para acercarse a la complejidad social al manifestar una experiencia. Así, contar historias es una práctica estable en la vida social. Parte de la importancia es que la narración trasciende a la mera información, “porque la narración nos ayuda a incorporar la historia en nuestra propia vida y vivirla como algo personal”.
En ello, si consideramos que estamos “siempre convocados a narrar”, se tiene una posibilidad de comprensión de lo social. Un punto de partida es –como se ha señalado- el tipo de práctica cotidiana que realizamos del lenguaje. Piglia apunta que si se pudiera tener acceso a todas las narrativas que circulan en un día en una ciudad, se sabría mucho más de esa realidad que todos los informes y estadísticas. No sólo se trata de lo que se está contando, sino de las formas en que se cuenta, los modos específicos y precisos en el uso de la tradición del relato. Así, Piglia recuerda que William Labov, lingüista estadounidense, investigó sobre peculiaridades del idioma en guetos de Harlem. Para alcanzar un habla espontánea, pidió a los entrevistados contar un día en el cual habían estado en peligro. Labov observó que organización de las historias no difería de la tradición narrativa: había manejo de suspenso, intriga, forma de presentar los hechos. Como si hubiera formas de narrar comunes presentes tanto en la alta literatura como en la tradición popular.
Son significativos los modos de narrar porque también en ello se tienen recursos elípticos, formas no directas pero que en ello sugieren potentes significados. Al respecto, Piglia recuerda la época de la dictadura argentina: en un contexto en el que la información se clausuraba, circulaban relatos elípticos. Alguien que contaba de alguien que había visto un tren con féretros. La narrativa tiene formas de responder a la realidad porque está abierta, no juzga, no cierra la significación. Hay historias con múltiples significaciones para todos. Martin Scorsese refiere sobre este fenómeno, en el contexto de un Hollywood tradicionalista y censor de mediados del siglo XX, sobre los traficantes de ideas. En un Estados Unidos puritano, cómo se deslizaban mensajes sexuales, políticos, sociales que brincaban la censura y la moralina.
Justo bajo esas elipsis, se conecta una de sus tesis sobre el cuento: “un cuento siempre cuenta dos historias”. Un relato visible esconde un relato secreto. Hay dos historias implícitas, dos sistemas de causalidad con elementos esenciales que cubren una doble función. El cuento es relato que encierra un relato secreto.
En la reflexión de lo social, tanto desde aspectos psicoanalíticos como semióticos, tanto desde enfoques críticos como filosóficos, se ha considerado que por debajo de la capa visible de la “realidad” subyacen otros elementos significativos. Dos historias posibles.
En su ensayo mujer grabada, Piglia cuenta que los miércoles, cuando vivía en el Hotel Almagro, solía ir a ver las peleas de box. A las afueras estaba una mujer que vendía flores y que llevaba prendida en el vestido una foto de Macedonio Fernández. Se llamaba Rosa Malabia. A veces decía que estaba muerta y tenía el cuerpo hueco por dentro, como una muñeca de porcelana. Después la internaron. Piglia la visitó pero no lo reconoció. Meses después le llegó una grabación. No supo quién la enviaba. Se escuchaba a una mujer que hablaba y parecía cantar. La mujer conversa sola y después otra voz: tal vez la de Macedonio.
Narrativas de la vida cotidiana. Al respecto resulta descriptiva esta observación de Villoro: “En una brillante inversión de las tramas policiales, Piglia encara desastres consumados, y procede a plantear enigmas. Narrar se convierte en una investigación al revés, la paulatina creación de un misterio”. Misterios de la vida cotidiana.
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