Lauro Zavala (1999) apunta que una de las formas que ocasionalmente usan las ciencias para acercarse a la comprensión de ciertos fenómenos es a partir de las metáforas. Partiendo de ese planteamiento, podríamos acercarnos al entendimiento del quehacer de la educación.
Hay algunas metáforas que son más bien lugar común, fosilizadas las nombran algunos, que han descrito la labor educativa.
La primera que podríamos mencionar es la semejanza de la educación con la jardinería: educar es como sembrar una planta; el maestro es el jardinero, la planta, el educando. La búsqueda es que esa pequeña planta dé generosos frutos. Por ello, hay que trabajar en su cuidado.
Esta metáfora incluso nos habla de que la labor no es inmediata. La educación implica un proceso que requiere constancia. No obstante, el pero es que la planta es más bien pasiva. ¿Ocurre así en la educación? Quizá no. Menos al considerar la androgogía. En todo caso, se puede sembrar y cosechar.
No es importante dar el pescado, sino hay que enseñar a pescar. Esto nos dice otra expresión muy metafórica que suele asociarse con la labor educativa. Interesante porque prioriza no el resultado, sino el proceso de enseñanza, las competencias para la realización de un fin.
Otra más, equipara al conocimiento con la luz; mientras que a la ignorancia, le corresponde la oscuridad. De ahí, en un sentido amplio –aunque injusto- la etiqueta que en ocasiones se le pone a la Edad Media: el oscurantismo. Estas metáforas luminosas se encuentran incluso en algunos filósofos. Ante todo, presentan el carácter revelador que puede tener el conocimiento impartido en la educación. Caminar hacia el conocimiento, es mantener presente una luz que nos guía.
Pero estas metáforas, también suelen revelar un conjunto de ideas que imperan en el contexto social. Jurjo Torres (2007) habla de la vinculación de las metáforas educativas con el mercado: el estudiante, como un cliente; el conocimiento como una mercancía. Lo lamentable es que estas metáforas en muchas ocasiones dejan de serlo y se convierten, simplemente, en una descripción, en un lenguaje literal que ilustra el desempeño y la visión educativa.
Aventurando algunas metáforas, más que nada como un ejercicio de provocación intelectual, aventuremos algunas analogías.
Una metáfora que planteó Erwin Goffman para hablar de la interacción social fue la imagen del Teatro. Si consideramos a la labor educativa dentro de esta metáfora, podríamos reflexionar sobre los roles que desempeñamos. Pero también ciertas posiciones en las que nos toca ser espectadores y, en otros casos, buscar identificar a quienes actúan tras bambalinas.
Umberto Eco estableció la analogía entre las ciudades y los laberintos. Nosotros sólo retomaremos la figura de los laberintos. De ellos, ubica tres:
a) El clásico –más funcional, el punto de entrada es el punto de salida, direcciones relativamente ubicables. En el caso de la educación, podríamos identificar modelos pedagógicos autoritarios, en los cuales la educación se construye unidireccionalmente–: del profesor al alumno.
b) El arbóreo o rizomático: hay un núcleo, un tronco, que le da cohesión a todo el laberinto; no obstante, se ramifica e involucra diversas perspectivas y tendencias. En la relación educativa, se podría considerar una visión más plural. El núcleo deja de ser solo el profesor -aunque sigue siendo guía-, y se da una apertura a ideas y culturas.
c) El complejo: no hay elementos permanentes de referencia. La educación se torna ambigua. Se cuestionan los fines y propósitos de la educación. Hay fragmentación y búsqueda. En este sentido, puede hacer referencia a los constantes cambios a los cuales se tiene que estar adaptando el sujeto.
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