En el álbum Dímelo en la calle (2002) Joaquín Sabina integra La canción más hermosa del mundo. Si uno revisa en los comentarios al youtube sobre la melodía, se genera polémica entre los que coinciden en la precisión del título y los que afirman enfáticos “a mí no me lo parece…”. Es complicado entrar a esas subjetividades sobre lo que enuncia el título y la valoración que cada posible escucha hace sobre ella –cada quien tiene su “canción más hermosa”-. No obstante, me parece que Sabina no plantea la canción en una perspectiva literal, sino más bien en un sentido de búsqueda y, sobre todo como se sostiene en este texto, se deriva un modelo para armar, una ruta de hallazgo que cada quien puede realizar. Ante todo, involucra una reflexión sobre la identidad narrativa ricoeuriana: en principio huellas sobre la identidad narrativa del propio autor; luego, la posible construcción que cada sujeto puede elaborar a partir del proceso seguido por la pieza.
Paul Ricoeur señala en Tiempo y Narración que, a la pregunta por el ser del yo, se le puede contestar narrando una historia de la propia vida, contando lo significativo de cada existencia. “Podemos saber –en efecto- lo que es el hombre atendiendo la secuencia narrativa de su vida”. La narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal. Somos lo que contamos –y en ello lo potencial dado por lo obviado, lo sugerido y lo olvidado-.
Ante todo, La canción más hermosa del mundo está dando cuenta de metonimias sabinianas: las de las huellas de la infancia, los amores, las inquietudes existenciales. Somos lo que contamos. El título no responde a una literalidad, sino a una intencionalidad del autor. Pero sólo es un intento –“no sabía que la primavera duraba un segundo/, yo quería escribir la canción más hermosa del mundo…”- que se le desvanece en la búsqueda. No obstante, en ella van quedando huellas, remanentes significativos del personaje.
Conexiones del recuerdo y de la infancia: “mi Cantinflas, mi Bola de Nieve, mis tres Mosqueteros…”; “mi Tintín, mi yo-yo, Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera, una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera…”. Conexiones amorosas: “mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy, las damas primero…”; “el zaguán donde te desnudé sin quitarte la ropa…”. Conexiones de los objetos, las posesiones y las descripciones: “Yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda/ medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda”; “una hispano olivetti con caries, un tren con retraso, un carné del Atleti, una cara de culo de vaso...”. Conexiones con referente existencial: “Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera, si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera, heredé una botella de ron de un clochard moribundo, olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo...”.
Todas ellas huellas, recorridos, pasajes significativos, vividos o imaginados por el cantautor de Úbeda, todas ellas huellas de su identidad narrativa: lo significativo, lo por él valorado. Ricoeur señala que en el universo del texto se encuentra una significación efectiva con la integración de agentes, motivos, circunstancias -entre otros elementos-, que operan conjuntamente en totalidades temporales efectivas. Asimismo, recursos simbólicos de aspectos del hacer, del poder-hacer y de saber-poder-hacer que derivan de la transposición poética. No se plantea aquí un análisis exhaustivo de la letra, pero se menciona al menos ese universo sabiniano presentado en acciones, objetos, evocaciones, tanto en un plano expresivo como significativo.
En la Metáfora Viva Ricoeur señala que el discurso poético también re-describe el mundo. Es una lógica heurística, del descubrimiento, de la develación. Las obras literarias hacen y rehacen continuamente el entorno. Se puede señalar que el lector, el espectador, el escucha, el receptor en general vivifica el mundo no sólo al darle sentido y mirar desde esas expresiones: sino también al conectar las letras o los signos con y desde su propio universo de sentido. Es por ello que la subjetividad dará el título de la canción más hermosa del mundo a la pieza que más le plazca, le mueva o conmueva. Pero en el caso de la composición sabiniana la lógica heurística también puede implicar un modelo para armar: la posibilidad de que cada quien establezca, desde esta lógica, sus metonimias más fecundas, ¿cuáles son las postales propias más significativas?
Sabina quiso escribir la canción más hermosa del mundo. En ello buscó reflejar momentos, rutas, circunstancias, objetos medulares, milagrosos y epifánicos. No obstante, señala, queda en el querer. Y es ahí donde se halla otro aspecto sustancial: es agua que se escapa entre los dedos, como tantos aspectos de la vida que, en la búsqueda de lo sublime y significativo, se suelen escapar. Condición de la vida, de la naturaleza humana con su fragmentación y búsqueda constante.
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