ENTRE LA REALIDAD Y LA ESCRITURA O POR AQUÍ PASA UN RÍO
En una carta al poeta cubano Roberto Fernández Retamar, Julio Cortázar escribía: “De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad”. Era una carta a finales de los sesenta. Cortázar tenía ya varios años instalado en París. La intención primera de ese mensaje se relacionaba con lo que él mismo nombraba su “camino de Damasco”, en su caso, era ese alejamiento de la Torre de Marfil literaria (con un mundo sólo de libros, de música, de estética) y una apertura hacia los temas sociales e ideológicos: el compromiso del escritor con la revolución. Pero, sin descartar ese germen esencial del texto, quizá también en esa expresión se encuentre un núcleo más amplio: una especie de puente, de conexión, una filosofía de cómo los libros pueden enriquecer nuestras miradas de la realidad.
En otras palabras, en esa cita de Julio Cortázar, se habla del encuentro entre el mundo del texto y el mundo del lector. Cómo se dan esos enriquecimientos mutuos. Un tanto esas transiciones similares a las que se dan en algunos de sus historias como en El otro cielo, donde se cuenta cómo el protagonista –quien es un corredor de bolsa, con vida monótona y hogareña- , al pasar por el Pasaje Güemes, en Buenos Aires, transita hacia un París del siglo XIX, en un barrio de prostitutas, vida bohemia y un estrangulador que anda suelto. En ello una de sus constantes narrativas: lo fantástico que se instaura de golpe en la realidad cotidiana. Pero en ello también una metáfora de las conexiones entre los mundos del texto y del lector.
Y justo una metáfora. Paul Ricoeur denomina como metáfora viva no sólo a la frase, sino a toda una discursiva que propicia una innovación semántica. No sólo es la “proximidad inédita entre dos ideas”, sino, más amplia más allá de la forma, también el poder de “redescribir” el mundo a partir de una nueva forma de ver desde la palabra. Una ruptura con lo literal que franquea el paso a una nueva visión. En ello, la metáfora viva que desarrolla el “poder heurístico desplegado por la ficción”.
Antonio Lobo Antunes, el escritor portugués, alguna vez dijo que le gustaban los libros que comenzaban en él cuando terminaba de leerlos. Es quizás en ello que podemos encontrar una de las virtudes y mayores placeres dentro de la literatura. Porque ante todo implican esa forma de alimentar y enriquecer nuestro cotidiano. El libro no es estático, puede derivar en conexiones significativas con nuestra realidad inmediata.
Julio Cortázar está enterrado en el Cementerio de Montparnasse, en París. En su tumba se encuentran inscripciones, versos, flores, piedras, citas de sus libros. Retomando los versos de Ángel González, se puede decir que por ahí pasa un río, por ahí las pisadas que han ido embelleciendo las arenas… Si Cortázar le escribía a Fernández Retamar sobre el escritor y la revolución, sus textos siguen revolucionando desde la palabra. Sigue siendo ese río que alimenta, que enriquece nuestra mirada de la vida cotidiana.
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