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César Gabriel Figueroa Serrano

EDUCACIÓN INTEGRAL Y LITERATURA DESDE LA ÓPTICA DE ERNESTO SÁBATO

¿Qué relación puede haber entre una educación integral y la poesía? Quizá el que su mayor impacto se da cuando provocan y generan conmoción y asombro. También porque ambas requieren la experimentación sensorial o cognitiva, así como la participación profunda y activa del interlocutor. Tales son algunas de las directrices que podemos inferir al leer a Ernesto Sábato y sus reflexiones sobre la educación. El asombro es fuente de conocimiento, nos dice. Nada puede enseñarse sin observar que vivimos rodeados de misterio, de que “vivimos suspendidos entre aquel doble infinito que aterraba a Pascal” (Sábato, 1985:83). Parafraseando a Andrei Tarkovsky (cfr. Mora, 2004) podemos decir que tanto en la educación integral como en la poesía se trata de estar despiertos en el mundo.

Ernesto Sábato transitó por dos territorios que en ocasiones consideró plenamente contrarios: la ciencia y el arte. En el primer campo, se doctoró en física y llegó a ser docente en la Universidad de la Plata, aunque abandonó esta área a la que calificó por momentos como racionalista y alejada del hombre. Tal vez por eso, en su estancia como becario científico en París, se acercó al movimiento surrealista: irracional y creativo. No obstante que fueran campos a veces considerados como antagónicos, Sábato tendió entre ellos puentes. Esto se puede ver en algunos de sus libros ensayísticos, en su labor de divulgador de la ciencia (aunque el término lo rechazaba: al divulgar, al acercar el conocimiento a gente no especializada mediante códigos comunes, se perdía parte esencial de ese conocimiento) y también, en parte, en su visión de la educación.


El autor de El túnel parte de su visión educativa de una crítica a la enseñanza memorística o pseudoenciclopédica, en donde se evade el contexto y la conexión entre elementos. Con ello se pierde mucho significado. La enseñanza se puede vincular, más allá de lo mecánico, nos dice, como conquista del hombre o una aventura del pensamiento y la imaginación, “aventura que el discípulo debe sentirla como tal, en un combate emocionante contra las potencias de la naturaleza y la historia. No enciclopedismo muerto, ni catálogo, ni ciencia hecha, sino conocimientos que se van haciendo cada vez en cada espíritu. Como inventor y partícipe de esa historia milenaria” (Sábato, 1985:77). Implica una visión de un conjunto de elásticos sistemas hacia la intuición, dominio y valoración de la verdad.


Es ahí donde el asombro y la conmoción adquieren una participación esencial en el proceso. Es ahí donde se requiere la labor mayéutica del profesor, ese enseñar a filosofar más que enseñar filosofía que pregonaba Kant. El sujeto debe de ser partícipe, nos dice, debe aprender en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención, tener la libertad para opinar y para equivocarse, para explorar. Para ello es necesario provocar en él inquietudes. “Hay que forzar al discípulo a plantearse los interrogantes. Hay que enseñarle a saber que no sabe, y que en general no sabemos, para prepararlo no sólo para la investigación y la ciencia sino para la sabiduría” (Sábato,1985:84).


En ese enseñar para la sabiduría, Sábato distingue entre dos sentidos de la noción del sabio: el savant y el sage de acuerdo con los franceses. El primero, se refiere al erudito, al especialista en un campo; el sage es más amplio: lo puede ser un campesino iletrado. “La sabiduría es algo diferente, sirve para convivir mejor con los que nos rodean, para atender a sus razones, para resistir en la desgracia y tener mesura en el triunfo, para saber qué hacer con el mundo cuando los ‘savants’ lo hayan conquistado, y, en fin, para saber envejecer y enfrentar la muerte con grandeza” (Sábato,1985:78).


En este escenario, los libros pueden ser una ayuda, pero también un estorbo si no los cuestionamos, si nos limitamos a repetirlos. Sábato se pregunta sobre qué hubiera sido de Galileo si sólo hubiera repetido los textos aristotélicos. El saber y la cultura son tradición y renovación. En ese diálogo, es necesario también poner a prueba, someter a la duda permanente. Lo mismo vale para el maestro que resulta bueno cuando no es obstáculo.


Para generar esa conmoción y asombro, existe la necesidad de enseñar pocos hechos pero claves, desencadenantes, “y pocos libros, pero leídos con pasión, única manera de vivir algo que si no es cementerio de palabras” (Sábato, 1985:78). Ver lo milagroso de los hechos: lo milagroso de que un hombre camine por la luna, empresa descomunal; el asombro ante nuestra capacidad de crear y soñar; lo espectacular del funcionamiento del cuerpo humano, de algunas máquinas, de la forma en que “están en pie” los puentes colgantes, de la electrónica, del internet.


Sábato considera que “la verdadera educación tendrá que hacerse no sólo para lograr la eficacia técnica, sino también para formar hombres integrales” (Sábato, 1985:79). Principalmente se refiere a la enseñanza primaria y secundaria, cuando es necesario que el ser humano reciba una educación integral en sus etapas iniciales, cuando el espíritu aún es frágil y está por decidirse lo que va a ser. Considerar, además de los problemas prácticos, los morales y los espirituales.

Si los procesos educativos implican, entre otras cosas, extraer lo mejor de cada sujeto, una estrategia posible es la provocación apelando a la conmoción y al asombro. Tanto la poesía como la educación coinciden en esas rutas. Al fin de cuentas, de lo que se trata es de estar despiertos en el mundo.


BIBLIOGRAFÍA

Mora, Pablo. (2004). En tiempo de guerra por el estallido solar del porvenir. En Espéculo. Revista de Estudios Literarios. Número 26. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en www.ucm.es/info/especulo/numero26.

Sabato, Ernesto. (1985). Páginas de Ernesto Sábato seleccionadas por el autor. Editorial Celtia. Buenos Aires, Argentina. 2ª edición.

Sarramona i López, Jaume. (2000). Teoría de la educación. Ariel. Barcelona, España.

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