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Un año en un Domo

Entorno social, conexión y los sentidos

Brenda Montiel

Le llamo Domo, a este estilo de vida al que nos hemos adaptado -la mayoría-, los que afortunadamente estamos en casa, en una protección de concreto, pero también de pantallas, que nos informan y saturan de lo que mucho se habla.  Mientras, nuestros familiares salen a trabajar, nuestros vecinos siguen realizando las mismas rutinas y ruidos a cualquier hora, con el afán de mantener la vida en movimiento, la esencia misma de la vida.

En el domo no hay sólo una versión de la vida, ni las mismas vivencias entorno a esta pandemia. Los hogares se han fortalecido con el trato más cercano de las familias, con sus altas y bajas; nos ha demostrado lo resiliente que el espíritu humano puede ser en situaciones de gran paciencia hacia los demás y con uno mismo, nos tuvimos que volver más dinámicos y astutos para saber manejar lo que sentimos y percibimos en el domo, físico y emocional.

Contradictoriamente, aunque parece que afuera todo freno por un momento; adentro, el movimiento es parte de nuestra vida, el constante ir y venir, estirarse, bostezar, hablar, los gestos de nuestra boca; el hecho de que exista gravedad y ésta nos sostenga, nos permite seguir con un nuevo día.

Con el confinamiento, la percepción del mundo interno como externo, se agudiza; los sentidos, como la vista, juegan un papel más importante. A través de una ventana, observando, curiosa la vida resalta, incluso en como entra la luz solar al amanecer y al atardecer, cambiando sus puntos y grados respecto a una habitación, también una nueva expresión en el rostro de mi abuela, las risas compartidas, así como el aprender y enseñar algo nuevo, “codo a codo”, para no perder contacto, observando y creando nuevos momentos con nuestros cercanos.

             

Eventualmente y por necesidad, llega el trato con las personas de fuera, para enfrentarnos a la novedad,  después de meses sin poder salir libremente, procurando el cuidado personal y colectivo, nos empuja a mantener aún más la distancia y, es aquí, cuando el oído se emociona, vibra; el cerebro comienza a procesar lo que escucho de la voz de la mujer que corta mi cabello, mi vecina, la cual tan solo toma unos metros llegar y sentir la comodidad  (que ahora siento a mi medida) de su silla, ella habla y comenta que la educación a distancia no es la misma, los niños no están aprendiendo adecuadamente, y esto tiene dos factores:  el acceso a la tecnología y la labor de un padre/ madre. Me gusta escucharla y coincidir con ella, sacando conclusiones tan banales y deducciones a criterio personal de lo que sabemos con certeza por la experiencia.

Es cierto, la brecha tecnológica, la cual se da por la falta de recursos para acceder a una computadora, teléfono, laptops, etc., y la conexión a internet, ambos indispensables; es una realidad como esta desigualdad está cobrando el lento aprendizaje o nulo, de muchos niños de primaria, de los cuales hablamos. El domo también es diferente para cada quien y adecua su atmosfera y rutina dentro de él.

Los sentidos que más usamos: vista y oído, pero poco desarrollamos (para ser mejores escuchas u observadores), siguen siendo fundamentales para comprender al mundo, así como queremos verlo y cambiarlo, sin olvidar que somos los responsables de la pandemia, por cómo hemos tratado a la naturaleza y su explotación sin fin.

Es importante tener este pensamiento; es cierto que al dejar a un lado lo que cotidianamente veíamos como “normal”, ahora cobra sentido en que es una explotación, respecto a la madre tierra, quien nos provee de imágenes increíbles en el entorno: una parvada emergiendo desde un maravilloso árbol frutal, el cual ha alimentado a los pájaros, quienes respetan el ciclo de vida de los frutos, de acuerdo a las estaciones; algo que el ser humano ignora y sigue explotando, por ello, mientras el ser humano se acerca más al hábitat natural de otros animales, es más alto el riesgo de desequilibrar la convivencia y por ende, surgen y mutan virus. ¿Lo habíamos meditado antes? Estar en el domo no es una cerradura para la mente ni una venda que nos impida ser más conscientes del exterior. Pues el ser humano es un animal, por ende, todos estamos conectados, pero ausentes.

Con el encierro, comenzamos a percibir la realidad de otra manera, más personal e impersonal, más empática, emocionante y a la vez con miedo, con esa incertidumbre por el paso del tiempo, es así que nos inunda muchas emociones, nos sensibilizamos, comenzamos a sentir más.

Sentir, cuando me encuentro en contacto con la aspereza y frescura de un árbol, el ante brazo de mi abuela, esa parte más suave que se resiste a envejecer, y me sostiene al caminar, describo esto con mi memoria sensorial desde la infancia y ahora, como una nueva manera de descubrir y volver a evocar momentos. Ahora lo que toco es escaso y es cerrado a lo familiar, a mis cercanos quienes emanan calor y ternura al tacto; por otro lado, los objetos de un supermercado, para inmediatamente aplicar gel antibacterial -esta nueva rutina-, las frutas y verduras aún frescas en mi mano, como ahora todo está en cámara lenta, todo lo que llego a tocar es un close up y un proceso lento para palpar.  No me quejo de esta vida un tanto lenta y otras veces apresurada, tan latente que el respirar pasa desapercibido, un ruido viajando a la velocidad de la luz, me tumba, el aire me sopla y tira, así como me levanta, el sol me ha cegado al querer saludarlo cuando está en su punto más alto, cuando observo, escucho y siento, todo tiene más sentido.

No está de más aprender a combinar los sentidos para conocernos mejor, ni que el viento nos pegue en otra dirección de su soplar, que la vida vaya lento o muy deprisa, que cose un huevo en segundos, ahora se siente que el confinamiento es un aprendizaje de lo que somos y la revaloración del entorno social al que nos enfrentábamos diariamente sin pausas; ahora podemos decir que hay pausas y calma en la rutina, desde mi perspectiva, el paisaje sonoro se volvió  la incansable alarma de la realidad, esos sonidos tan mexicanos a la vez, como el carrito de tamales, el señor que vende gas, las ambulancias, los gritos de los vecinos con su rutina, el sonido de las aves, el llanto lejano de algún niño, descubrir también, nuestros sentidos: oído, vista, tacto.

El domo se ira abriendo, es claro que estamos hechos para estar en movimiento y en constante cambio. No podemos olvidar lo que nos ha marcado y ha dejado una gran lección, para valorar y preservar, quienes somos y lo que existe para que pueda ser posible el desarrollo de la vida humana, en conjunto con la naturaleza, un perfecto ecosistema, el cual la sociedad puede seguir mejorando.

Una vez que eres consciente de algo, todo cambia, ya nada es igual, una vez que toca los sentidos y los eriza al punto máximo de despertar, la conexión surge.

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